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Blanc, Mario Federico - Este múltiple interés mío…

Por Mario Federico Blanc



En todos estos años he entendido que yo hablo, escribo y trabajo sobre “hablar y escuchar”. Si en ello doy rodeos, si me veo llevado a apelar a otras materias y sentidos, en todo a lo que me entrego, es porque resulta harto evidente que debo hacerlo, teniendo en cuenta la dimensión de las cuestiones que allí se tejen. Por fortuna o no, no es brillante lo que digo, sino más bien opaco. Es que hablar y escuchar son prácticas, por llamarles de alguna manera que, a juzgar por los acontecimientos que nos circundan día a día, tienden a ser cada vez más desentendidas, desatendidas, e incluso, desalentadas. Mas eso no es lo principal, es un efecto centrífugo, algo insondable, y yo no me intereso por este efecto. No es por las instituciones, en sentido amplio, que me intereso tampoco, aunque entiendo que ellas ejercen una influencia sustancial en estos asuntos. Me fijo, sí, a veces, de no descuidar este aspecto. Tampoco me intereso por “lo social”, por reducir las cosas, o como lo prefería Foucault, quien en realidad las amplía casi ad infinitum: por la economía política, la ideología, o incluso el discurso de la moral. No es de mi interés. Hay unas pérdidas de las que me ocupo cotidianamente, lo que también podría suponer que yo me intereso por la época, como un objeto primordial. Pero no es así. Hay incluso un discursito que anda dando vueltas desde hace ya 15, 20 o quizás 30 años, denominado ´de la postmodernidad´, que se ocupa de ello, mas yo no y, a decir verdad, lo desdeño un poco, por unos motivos que no entran aquí. En cambio, este interés que es mío, que ahora comunico y que encarno en la más descarnada soledad es, sin ser aquel, múltiple. ¿Cómo podría serlo, sin ser aquellos? Lo diría así: si el deterioro en la circulación de las palabras no resuena en nuestras cabezas, si lo que yo y todos ustedes escriben en sus libros de notas o leen en estas notas y libros no resuena en los oídos de alguien, ni en ustedes mismos o no hace que nuestros piecitos se muevan en alguna dirección, eso nos advierte de algo. Y la sorpresa es que eso de lo cual nos advierte, ya no nos sorprende, no suscita la menor sospecha. Diría incluso más. Si como sujetos advenimos, en el cenit de lo social, a este proceso de desaparición de las palabras -esto es, en el marco de una pérdida específica, no de cualquier pérdida-, ello no ocurre porque hemos retrocedido en la escala evolutiva de la especie, volviéndonos más bestiales, ágrafos o disléxicos, o porque hay químicas en conflicto dentro de nuestro cerebro –hay quien podría intentar estas vías- sino porque existe una racionalidad -llamémosle así para no tener que decir aquí que se trata del inconsciente- una racionalidad de la que todos somos, individual y colectivamente, arte y parte a la vez, pero que se nos escapa de continuo, como la arena del rio cuando uno sumerge la mano en el agua. Y ahí está el chiste, -y también, por cierto, la metáfora. Yo hablo, o intento hablar entonces del sujeto que habla. Intento hablar y escuchar, pero también escribir, sobre las palabras que circundan a este sujeto o que lo abandonan o que lo rodean, le ronronean al oído, lo que sea. Ni si quiera de la intersubjetividad, qué digo!! …ni del yugo del padre me ocuparía si por mi fuera. Hablo, intento hablar del sujeto, escuchándolo cuando me habla, lo cual no es lo más frecuente. También trabajo para que me hable, cuando no puede hablar, pero intuyo que quiere. Entonces, para investigar esta cuestión, queridos compañeros, para avocarnos a esta tarea, o para ver “lo que aletea en nuestras cabezas” en torno a este sujeto, por retomar una expresión del gran Mujica –quien evidentemente ha leído a Freud- no alcanzaría con enrolarse, a la manera de una servidumbre voluntaria, en las filas de la ciencia. No alcanzaría tampoco con ensalzarse de que nuestro objeto se baña en las mieles de aquellas materias y sentidos. Para decirlo claramente, es solo en el marco de esta racionalidad, verdadera ruptura epistemológica en tanto que agujero en la razón, que existe nuestro objeto, y eso es ciencia, es arte y es religión. Entonces, dadas así las cosas, hay que escuchar, si es que se quiere estar a la altura de lo que tenemos frente a nuestras narices. Y para mí, que soy un enfermo de fe, creo que ha haber el sujeto ahí, en ese borde inefable, en todo ese bucle infinito de materias y sentidos. Yo no me intereso, en suma, por algo muy concreto que late y vive en torno a ese borde, a ese bucle infinito, que habita en otro espacio-tiempo donde ocurren las cosas, en un fuera del tiempo, en un lugar-otro, si se me permite hablar así, donde algo ocurre, donde un eco resuena, un secreto limbo, una ráfaga de sonido, tal vez un suspiro, gesto gutural, balbuceante, etc. Ahí, ¿supondremos un sujeto, un agente del grito?

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