Toxicomanías y psicoanálisis
Por Federico Blanc y Eugenia Filippa
…dedico
este trabajo a los sujetos que eligieron participar de esta propuesta, que
narraron, ante otros, sus historias con gran valentía.
Federico
Blanc
“Cuando
a la casa del lenguaje se le vuela el tejado
y
las palabras no guarecen, yo hablo”
Alejandra Pizarnik
"Extracción
De La Piedra De La Locura"
“
¿Y como imaginar que tanta soledad
Pudiera despertar de él esa piedad…?”
Luis Alberto Spinetta
(“Preso ventanilla” – Un Mañana)
Introducción
El
presente trabajo es un resumen del Informe de sistematización de una propuesta
de trabajo con sujetos incluidos en problemáticas adictivas que se realizó en
uno de los establecimientos penitenciarios de la Córdoba, propuesta que surgió
desde el “área de psicología”[iv] de uno de sus módulos.
Previo a lo que constituyó la experiencia con este “pequeño grupo
monosintomático”, se realizó un estudio preliminar en el que se agrupó cierto
cúmulo de información en relación a varios temas temas-ejes que guiaron este
diagnostico situacional en un primer momento eran: los internos y el consumo de
sustancias tóxicas[v],
la necesidad o no de una instancia de atención específica sobre adicciones[vi], las posibilidades reales
de concreción de dicha instancia.
Se
llegó a las siguientes preguntas: si bien el consumo de drogas de los internos
resultaba ser admitido como un problema y una propuesta de intervención podía
se factible y necesaria, ¿cuáles podían ser las condiciones para la
participación? En segundo lugar, si bien era necesaria una propuesta de
intervención, ¿qué características tipo debía presentar esta instancia? Y
finalmente, ¿qué posibilidades reales
de concreción existían de que ello se concretizase?
Para
las condiciones de participación, una sola era la importante: se requería, básicamente,
que estuviesen interesados o motivados por participar. Esta condición
necesaria, el deseo de participar, debía ser contrastada con algunas otras,
menos explicitadas quizás, con las que se pudiera además delimitar otros
aspectos ligados a las características de cada sujeto en particular. Así, la
pregunta de ¿qué características cree ud
que esta propuesta debería tener? daba el pie para explicar de qué se
podría tratar y de qué no. Esto, en realidad, apuntaba a cernir un poco las
expectativas sobre este tipo de intervenciones y a observar ciertos márgenes de
fracaso frente al cual se podía esta expuesto por parte de interno. De hecho,
una cierta “creencia” en el grupo, o en la propuesta, en medio de la más
absoluta carencia de garantías, era necesaria también, y fue contemplada como
variable.
Es
decir, el desafío era para esta etapa inicial, diagnóstica, que duró varios
meses, pasar del gran número masificado, del número-masa, al pequeño número del
dispositivo grupal. Esto es, pasar de un contexto en el que se anula al sujeto
en la masa, como siendo producto de la masa, al pequeño grupo donde el sujeto
es lo que se separa de la masa, es decir, como producto de una
desidentificación. Esto es necesario explicitarlo: “el «pequeño grupo» brinda
la posibilidad de colocar bajo transferencia el fenómeno de la masa de la
identificación a la insignia ´monosintomática´[viii]”. Sintetizando entonces
algunas conclusiones de esta especie de abordaje preliminar, se podría decir
que, en primer lugar, se precisaba por parte de los internos un interés en la
participación, en segundo lugar, la propuesta debía ser heterogenea, flexible,
abierta, voluntaria y ciertamente tolerante en sentido amplio y además, se
podría trabajar en el espacio de la Escuela, espacio que brindó todo su apoyo.
Sobre
la base de esta información, desde el Área de psicología se presentó y se
aprobó el proyecto final. El mismo, representó una experiencia piloto de
intervención sobre la temática del consumo de drogas abordado desde un
paradigma clínico-psicoanalítico (psicoanálisis aplicado), esto es, la atención
del sujeto en una relación particular con el tóxico. Así, este tipo particular
de intervención, se diferencia claramente del “tratamiento de la adicción”,
perteneciente al paradigma médico-psiquiatrico que depende de decisiones e
instancias de índole estrictamente judicial. Por lo tanto, es necesario
destacar aquí que el objetivo general de la propuesta presentada fue instalar un pequeño grupo de trabajo para
abordar por medio de la palabra la temática psicológica del consumo de drogas
en sujetos detenidos en prisión preventiva, y no “tratar sujetos considerados jurídica y psiquiatricamente adictos”,
dado que la administración de justicia prevé modalidades específicas de
intervención para estos casos y que están claramente especificados en la
legislación vigente, a saber, la Ley 23.737 (Ley Nacional de Estupefacientes,
1989); la Ley 24.660 (Ley de ejecución de la pena privativa de la libertad,
(1996) y su reglamentación para la Provincia de Córdoba (Ley 8812).
Elementos
para pensar la toxicomanía
En "Duelo y melancolía", Freud (1917)
compara el efecto del tóxico con la manía[ix] al
decir que en la manía queda oculto para el yo eso que él ha vencido y sobre lo
cual triunfa. Dice que pasa lo mismo con la borrachera alcohólica, donde se
cancela por vía tóxica, unos gastos en represión. El maníaco y el adicto, en
este sentido, tendrían en común justamente, esta tendencia a evitar unos gastos
en represión. En El Malestar en la
cultura, Freud (1931) se refiere a la droga como una vía directa al placer,
vía que se adecua a la búsqueda de la felicidad[x]. Dice
que es el método más tosco, pero también el más eficaz para este fin. La droga
o el tóxico, volvería a ciertos sujetos incapaces de recibir ciertas mociones
de displacer, efecto que sería simultáneo respecto del hecho de conseguir
placer.
Lacan
dirá que la droga separa al niño de su pequeño pene, haciendo alusión a
que en la toxicomanía no hay goce fálico, goce que significa alguna ligadura a
la palabra. El goce en la toxicomanía sería un goce artificial.
En
el Seminario 5 “Las formaciones del
inconciente” Lacan (1958) desarrolla aspectos ligados al Complejo de
Castración, y lo explicita en función de tres instancias –que él llama pisos-
que son la frustración, la castración, y la privación. Siguiendo este
desarrollo, algunos autores (Dobón, Camargo, Souvall, etc.) han acordado que la
droga podría ser pensada como el objeto
de la demanda, no el de la necesidad.
En este sentido, el adicto podría ser pensado como el revés del consumidor, es
decir, aquel que se adhiere a la sustancia, que sustancializa, por así decir,
su ser, pues no necesita de otros objetos de consumo sino para servir al
consumo de la sustancia. Por lo tanto, goza de la apariencia de una falsa
necesidad, que tiende a homogeneizarse y ritualizarse. Dobón (2007) refiere que
resulta difícil operar allí dado que recusa el valor de la palabra frente al
uso de la sustancia. Al menos en un inicio, es recusada nuestra función como
analistas[xi].
Desde el punto de
vista de la actualidad, las denominadas toxicomanías
confrontan a los psicoanalistas con los límites de su práctica y los interrogan
sobre su posición frente a las nuevas modalidades de “vivir la pulsión” –es una
expresión de Lacan tomada del seminario 11- en una época enmarcada por el
discurso de la ciencia. Es así como algunos analistas (Recalcati, Benedetto,
Gerber, etc) concordarían con que se precisaría de una lógica particular que
permitiera dar cuenta de algunas manifestaciones de la clínica que no podrían
ser situadas como formaciones del
inconsciente, sino más bien como cierto rechazo
del inconsciente.
Si se sigue a estos
autores, se lee que este concepto o noción de rechazo del inconciente, sería afín a la experiencia del
toxicómano. Esto es, la experiencia para el toxicómano es intransmisible. Al
respecto se plantean al menos dos vías posibles para el abordaje clínico: o
bien poner en evidencia la instalación de un círculo de acción y reacción, que
sería, la vía por la cual el toxicómano muestra “a cielo abierto” –es una
expresión de Lacan- su imposibilidad de transmitir la experiencia; o bien hacer
reconocer en la imposibilidad de transmitir la experiencia, en el accionar
disruptivo mismo, un mensaje, convocando al otro, no a una reacción sino a una
respuesta al llamado. Sin embargo, otros autores (Recalcati, Benedetto, etc)
plantean que los pacientes toxicómanos dan muestra de una extrema dificultad
transferencial y de una constante tendencia al pasaje al acto, lo cual se
diferenciaría radicalmente del mencionado llamado al otro. Entonces, se podría
decir, a mayor dificultad en la demanda, en el caso que la hubiere, mayor es la
fractura que encontramos.
El
pequeño grupo monosintomático
El
pequeño grupo se define como un intento
de implementación del dispositivo analítico con una aplicación de tipo grupal.
Se intentaría, así, producir efectos analíticos sobre el sujeto mediante un
dispositivo grupal.
En
esta aplicación se tiene como eje la distinción entre grupo y masa. Recalcatti,
(2004) refiere que esta distinción es crucial para entender el trabajo en los
pequeños grupos, dado que introduce la propia lógica de su acción al interior
del campo institucional.
En la masa se produce el eclipse del sujeto bajo una insignia.
En este eclipse, se exalta vía la identificación el poder Ideal de un líder. En
la masa, se reencarna en la mirada sugestiva del jefe, la mirada del padre
totémico. Esa mirada absoluta produce la ilusión del ser y hacer Uno con el
Otro. Freud plantea la mirada hipnótica del jefe, en relación con la mira del
"temible padre primordial". El
efecto que la mirada produciría es el peligro de empujar al sujeto en la
dirección fanática del sacrificio. El «pequeño grupo», contrariamente a la
masa, puede garantizar la existencia del particular. Su lógica interna no es la
del fanatismo por el Uno, sino la de la diferencia, del no-todo, del Uno no sin
el Otro. Si la masa y su tendencia imaginaria por hacer y por ser Uno
constituye esta forma alienada del sujeto, esta cancelación de la diferencia
particular bajo la insignia universal, la hipótesis de un dispositivo grupal va
en contra de esta tendencia espontánea del conjunto humano a su masificación.
La dimensión del pequeño grupo parece indicar para Lacan otro género de identificación
posible. La hipótesis planteada por Wilfred Bion, es la de un "grupo sin
jefe", una identificación horizontal. Un grupo que no se cimienta sobre el
Ideal del Uno, que deja existir el particular del sujeto promoviendo una
heterogeneidad inasimilable respecto de cualquier fusión identificatoria. El
grupo entonces no se sostiene bajo la mirada absoluta del Ideal ni sobre la
"semejanza imaginaria" que deriva de la identificación con el Ideal,
sino de un lazo social reducido al trabajo, a la relación del "objetivo
común".
Recalcati
(2004) sostiene, que la monosintomatisidad
es un nuevo estatuto del síntoma. El síntoma neurótico, por ejemplo, de por sí
produce falta, motoriza el deseo, impulsa vitalmente al sujeto. Por tanto, el
síntoma es inherente al sujeto del inconciente. En el caso de la toxicomanía y
otras monosintomatisidades, ya no se
produce la particularización del sujeto de acuerdo con su síntoma “clásico”, es
decir, su rasgo diferencial irreductible al discurso universal. Lo que se
produce es más bien lo contrario, una masificación, su puesta en serie con lo
universal. Es decir, aquello que lo vuelve único, es decir, el “soy adicto…” o lo que es lo mismo, el
máximo de individuación posible, coincide con el máximo de segregación, esto
es, “soy idéntico que todos los adictos, soy lo que son los adictos”. Un sujeto
que se sostiene en una identidad sin equívocos, una instancia en que “lo Mismo”
coincide con “lo Otro” sin diferenciación posible. Así, la ´Monosintomatisidad´ (Recalcatti, 2004)
sería el rasgo por el cual el sujeto puede suponerse a si mismo en relación a
una afectación psíquica particular, por caso, la toxicomanía. Sería algo así como un significante al ser, es decir, algo que intenta nombrar al
sujeto en su completud, en su ausencia de falta y de reducirlo, por ende, a un único-síntoma, situable, a veces, bajo
el modo de una frase (“soy adicto”, “soy toxicómano”, “soy consumidor de
drogas”, etc). de este modo, la monosintomatisidad
sirve de soporte de una identidad imaginaria, que es pensable como el reducto
único de la significación, pues todas conducen a ella.
Los
“pequeños grupos monosintomáticos” se
instalan inicialmente por vía del reconocimiento de Lo Idéntico, por vía de la
imagen. El sujeto se identifica a algo que no es su particularidad, y a la vez
que anula el lazo social, a la vez abre la posibilidad de su existencia. La
monosintomatisidad se definiría como exclusión de la diferencia y a la vez su
posibilidad de su instalación. Entonces, si el soporte de la monosintomatisidad es imaginario, no
hace más que mostrar el derrumbe de la función simbólica cuyo agente principal
es el Nombre del Padre (NP), o lo que es lo mismo el , es decir, el S(A/)
–tachada-. Así se eleva el valor del I(A) y se degrada al A (Otro) a la
relación especular (a – a´)… la monosintomatisidad
sería “una respuesta social a la
inconsistencia del A”. Es, por este mismo motivo, solidaria del sostenimiento
del discurso del Amo.
El
autor refiere que en el pequeño grupo monosintomático se pueden pensar tres
tiempos lógicos:
o
Metáfora
social
o
Metonimia
grupal
o
Metáfora
subjetiva
“El
primer tiempo del tratamiento consiste en asumir la metáfora social como
producto histórico y social de la época de la inexistencia del Otro, en
incluirla en el dispositivo grupal y en ejercer sobre ella, la metonimia
grupal”[xii]. Se produce aquí una
paradoja: en la identificación al ser adicto no es interrogada, sino más bien,
confirmada como condición para el ingreso al dispositivo grupal. La asociación funciona como un cebo
arrojado al mar de las identificaciones de masas. La conducción del grupo,
sostenido por el deseo del analista, intentará taladrar la ontología de Lo Mismo
mediante la puesta en marcha de la metonimia
grupal.
En
el segundo tiempo, de lo que se trata es de intentar reinstalar el poder de lo
equívoco en el embalse de Lo Idéntico, focalizar en la no coincidencia entre
enunciado y enunciación, la excedencia de la significación respecto de lo que
se dice, la no identidad del sentido consigo mismo. Recalcatti afirma que: “…el «pequeño grupo» activa su dispositivo
como metonimización de esta metáfora cristalizada, trata de desolidificar la
falsa metáfora de la identificación social al síntoma”. La evolución del
tratamiento está marcada entonces por dos tiempos lógicos y cronológicos
necesarios. La “fase” alforja y la “fase de la nasa”. El autor acuña estas dos
expresiones, que son tomadas del Seminario XI “Los cuatro conceptos…” en donde Lacan expone dos formas opuestas de
pensar el inconciente: el inconciente como “nasa”
y el inconciente como “alforja”. La
nasa es la red que se abre, “…en cuyo
fondo se debe realizar la pesca”, dice Lacan, presentando el inconciente
como deslizamiento, pulsación temporal, apertura y cierre. El inconciente como
alforja, es el inconciente como un lugar reservado, cerrado en su interior, “…en el cual nosotros debemos penetrar desde
afuera”. Justamente, se toma como ejemplo la fase alforja para pasar del primero al segundo tiempo. La fase alforja es
aquella en la que el grupo se estructura bajo el poder de Lo Idéntico, sobre la
identificación especular, sobre la convergencia del Ideal del Yo (I) con el
objeto causa de deseo (a). La idea de esta fase, tal como lo dice Lacan en el
Seminario XI, es que esta convergencia debe poder deponerse, separar lo máximo
posible el I del a, a los fines de que el sujeto se dividido por causa del
deseo y emerja algo de la verdad del inconciente.
Y
el tercer tiempo está dado por el pasaje de fase alforja a la “fase nasa” del grupo, esto es: es el deseo del analista el que trabaja para
remover las aguas estancadas del narcisismo identificactorio. En este tiempo,
debe producirse una metáfora distinta de la cristalizada por el discurso
social. Es, precisamente, el resultado de la acción de la metonimia grupal
sobre la metáfora social, es el tiempo de la realización de un nuevo síntoma
como metáfora del sujeto. …se trata de una acción que solo puede efectuarse
como captura desde el interior.
La
Ley Nacional de Estupefacientes (1989), refiere, en su art. 16, lo siguiente:
“…cuando
el condenado por cualquier delito dependiere física o psíquicamente de
estupefacientes, el juez impondrá, además de la pena, una medida de seguridad
curativa que consistirá en un tratamiento de desintoxicación y rehabilitación
por el tiempo necesario a estos fines, y cesará por resolución judicial, previo
dictamen de peritos que así lo aconsejen”[xiii].
Luego dice, en el art. 19: “La
medida de seguridad que comprende el
tratamiento de desintoxicación y rehabilitación, prevista en los arts. 16, 17 y
18 se llevará a cabo en establecimientos adecuados que el tribunal determine de
una lista de instituciones bajo conducción profesional reconocidas y evaluadas
periódicamente, registradas oficialmente y con autorización de habilitación por
la autoridad sanitaria nacional o provincial, quien hará conocer mensualmente
la lista actualizada al Poder Judicial, y que será difundida en forma pública”[xiv]. “El
Servicio Penitenciario Federal o Provincial deberá arbitrar los medios para
disponer en cada unidad de un lugar donde, en forma separada del resto de los
demás internos, pueda ejecutarse la medida de seguridad de rehabilitación de
los arts. 16, 17 y 18”[xv]. Estos supuestos, rigen
tanto para los internos condenados como procesados, aclarando la Ley que “el tratamiento podrá aplicársele
preventivamente al procesado cuando prestare su consentimiento para ello o
cuando existiere peligro de que se dañe a sí mismo o a los demás”[xvi].
Finalmente, se puede leer ahí que “el
tratamiento estará dirigido por un equipo de técnicos y comprenderá los
aspectos médicos, psiquiátricos, psicológicos, pedagógicos, criminológicos y de
asistencia social, pudiendo ejecutarse en forma ambulatoria, con internación o
alternativamente, según el caso”[xvii].
Esta
Ley dispone que el procesado reciba, según su consentimiento, tratamiento para
su problema de consumo de estupefacientes, haciendo hincapié en que, dicho
tratamiento debe realizarse en lugares o sectores del establecimiento adecuados
para tal fin y conducidos o coordinados por equipos técnicos especializados.
Dado que, al encontrarse la etapa de investigación judicial en relación a los
hechos por los cuales están detenidos, muchos internos no cuentan con un
dictamen pericial correspondiente que acredite estas problemáticas, puede que
el interno cuente con estos conflictos y que no hayan sido detectados y tramitados
aún por la instancia judicial, pese a haber sido examinado por un médico al
ingresar a la institución.
El Decreto Nacional 303/96 (1996)
“Reglamento general de Procesados”, que nunca rigió para la provincia de
córdoba, pero que constituye un importante antecedente del actual Decreto
Provincial 343/08 establecía en su art. 129 que “ …los internos con antecedentes en el abuso o dependencia de
estupefacientes serán alojados en establecimientos diferenciados o en secciones
especiales de las cárceles o alcaidías donde se les brindará un tratamiento
interdisciplinario específico. En todos los casos se procurará persuadir a los
internos con antecedentes en el consumo de estupefacientes para que consientan
o cooperen con un tratamiento específico”[xviii].
Esta jurisprudencia, si se quiere, más avanzada que la de la Provincia de
Córdoba, reconoce el problema del alojamiento, del tratamiento y de la
contención de los internos con problemáticas adictivas que se encuentran en
prisión preventiva o sin sentencia firme.
El 17 de marzo de 2008, se sancionó
el Decreto Provincial N° 343/08, Reglamento General para Internos Procesados,
que establece, en su Art. 93 que “los internos con antecedentes en el abuso o
dependencia de estupefacientes u otro tipo de adicciones serán alojados en
establecimientos diferenciados o en secciones especiales de los
establecimientos, donde se les brindará un tratamiento interdisciplinario
especifico de contar con el mismo, caso contrario serán derivados a centros
asistenciales especializados del medio libre”. Este Decreto, que no regía
al momento en que se propuso el presente proyecto, contempla la posibilidad de
que el Servicio Penitenciario de Córdoba, no cuente con tratamientos
interdisciplinarios específicos, con lo cual dichos internos deben ser
derivados a otros centros. Sin embargo, la Ley de Ejecución de la Pena
Privativa de la Libertad, 24.660 dice, en su art 11: “Esta ley, con excepción de lo establecido en el artículo 7º, es
aplicable a los procesados a condición de que sus normas no contradigan el
principio de inocencia y resulten más favorables y útiles para resguardar su
personalidad. Las cuestiones que pudieran suscitarse serán resueltas por el
juez competente”[xix]. Con
lo cual, quedan extendidos todos sus criterios para los procesados también.
En el art. 185 esta Ley refiere que
“los establecimientos destinados a la
ejecución de las penas privativas de libertad, atendiendo a su destino
específico, deberán contar, como mínimo, con los medios siguientes”[xx]. Y
enumera varios puntos. En el inc. (j) de este artículo puede leerse: deberán
contar con “secciones separadas e
independientes para el alojamiento y tratamiento de internos drogodependientes”[xxi]. Insisto,
“deberan contar”. El Decreto N° 343/08
dice, tratamiento interdisciplinario
especifico… “de contar con el mismo”.
Siguiendo
este desarrollo, y teniendo en cuenta que el abuso o dependencia de sustancias
tóxicas corresponde también a una patología psiquiátrica perfectamente definida,
clasificada en los manuales como “trastorno por consumo de sustancias tóxicas”
y sus variedades respecto de la gravedad, la sustancia, el tipo y modalidad de
consumo, es posible mencionar que el Gobierno de la Provincia creó, en abril de
2007, el Centro Psico-asistencial, ubicado
en el predio del ex Crom, establecimiento que surgió de un convenio celebrado entre
los ministerios de Salud y Justicia y el Superior Tribunal de Justicia. Este
centro se creo para atender a pacientes judicializados cuya problemática
amerita una internación psiquiátrica y que por las características de sus
pacientes, no podían ser internados en hospitales comunes ya sean monovalentes
o polivalentes o incluso dentro de centros especializados por que precisaban de
medidas de seguridad adecuadas para su tratamiento. A su vez, la Provincia
cuenta con dos establecimientos monovalentes (psicquiátricos), el Hospital
Neuropsiquiátrico Provincial y el Hospital Neuropsiquiátrico de Oliva “Colonia
Vidal Abal”.
La
intervención
Maxi,
28 años. Decidió participar en la propuesta tras asumirse adicto a un
psicofármaco desde los … años. Durante los primeros encuentros hablaba mucho,
intentaba instalarse como líder, hablaba desde el lugar de un saber sobre las
drogas y sobre el ser adicto. Esto constituyó su primer tiempo, es decir, su
identificación al ser adicto y al no poder dejar de serlo, lo cual, para
nosotros, lo volvía idéntico a los otros. Le constó un tiempo intentar
demostrar que no era igual que los otros hasta que finalmente, se dio cuenta
que lo que le pasaba a él, por más que intentara diferenciarse, era básicamente
lo mismo que le pasaba a los otros. Entonces entró en una especie de captura
imaginaria, intentó negar la diferencia y casi lo lograba, inventando historias
que trataban de demostrarlo. Obviamente, su defensa estaba toda orientada hacia
ese objetivo. En algún momento ello redundó en un desinterés, que lo llevó en
algunos casos a ausentarse del grupo o, cuando estaba presente, levantarse,
irse al baño, caminar por la sala, etc. no podía aceptar que era igual que los
otros. Una vez que lo aceptó, pudo escuchar cuanto de igual tenía de los otros
y solo ahí, angustia mediante, se pudo ver diferente, pero en ese paso,
ocurrieron dos cosas: se angustió y también pudo ver a un otro de un modo
distinto a como lo veía antes. Había en él como un narcisismo exacerbado, un
goce ciertamente masturbatorio y por lo general su palabra era vacía, cierta
forma de mostración histérica de sus (im) potencialidades que no eran más que
fantasías o pensamientos exteriorizados sin ningún asidero en algo que pudiera
cuestionarlo. Al pertenecer a la clase media, sus padres venían regularmente,
lo visitaban, le traían cosas todas las semanas, pero al parecer eso le parecía
común, cuando en realidad, a juzgar por como eran tratados otros presos por sus
familias, no lo era tanto. Tenía dificultades para valorar cosas, valorar a sus
padres o a cualquier otro, incluso a su noviecita, quien le había dado una hija
que actualmente tenía 9 años y cierta estabilidad vincular. Todo parecía
remitirlo a él y su problema… porque estaba enfermo, porque debía curarse y
nadie había hecho nada por él, porque no entendían qué pasaba cuando él
consumía, etc. Antes de incluirse en la propuesta, fue entrevistado
privadamente y refirió que él no tenía problema alguno en participar, que de
hecho ya era hora que hiciéramos algo por su problema. El primer día que se
presentó en el grupo apareció con una remera que decía “si yo puedo vos podés”.
Gabriel
tenía 32 años, antes de ser detenido vivia en las sierras, alejado del ruido de
la ciudad. Se había ido ahí luego de que contrajera el virus del Sida y que por
tal motivo contagiara a su compañera, hecho por el cual sentía una culpa
irrefrenable. Era por lo general un tipo callado, de una honda sensibilidad y
que parecía estar siempre atento a lo que se decía. Cuando hablaba se producía
un silencio. Rápidamente se erigió como un tipo respetable en el grupo, y era
que hablaba con una gran sinceridad, desde su angustia y desde lo que para él,
era la verdad. Como si la enfermedad lo hubiera sacado todo menos su palabra y
la realidad de su cuerpo. Y desde ese lugar parecía hablar.
Conclusiones
Los aportes de este trabajo refieren que: en
primer lugar, los dos primeros tiempos de tratamiento tienden a
superponerse, mientras que el tercer tiempo tiende a no emerger en la dinámica
grupal; en segundo lugar, estos resultados refieren que la situación de
encierro modifica sustancialmente el trabajo del «pequeño grupo», poniendo en
tensión las relaciones entre voluntad
y deseo; y en tercer lugar, el
informe apunta que el «pequeño grupo» tiende a ser posible solo si es
“soportado” por el deseo del analista.
Esta
experiencia mostró tres límites que se definieron claramente. Uno, a nivel de
la estructura subjetiva, otro a nivel de la lógica institucional y otro a nivel
de la jurisprudencia actual. A nivel del sujeto, el privilegio que otorga el
psicoanálisis es que permite pasar de un observable, es decir, la droga como
flagelo, como mal social, etc. a la toxicomanía como una forma particular de
captura del objeto en el entramado subjetivo. Ello desemboca en la lógica
institucional, que no permite ciertos abordajes subjetivos más profundos. Esto
sería, de acuerdo con lo desarrollado en nuestra experiencia, que los dos
primeros tiempos del pequeño grupo tienden a superponerse, mientras que el
tercero, tiende a no aparecer nunca. Al respecto, me viene a la memoria un
comentario desarrollado por Enst Jones, el biógrafo de Freud: resulta que Ferenczi había ido
a decirle a Freud que el psicoanálisis era el único método clínico capaz de
curar el alcoholismo porque levantaba la represión. Entonces Freud le contesta
que no hay ningún problema con eso, pero que tenga en cuenta que, en esos
pacientes, todo retroceso o dificultad conlleva el retorno a la satisfacción
del tóxico, dejando de lado la asociación libre. Hay que decir que Freud no
cierra la posibilidad del análisis a los pacientes adictos a tóxicos, sin
embargo insiste en que toda curación será efímera sino se aborda en el
tratamiento la causa sexual. Sin embargo quizás no sea el momento para estos
sujetos, de iniciar estos desvaríos. Esto es, sin más, que las
condiciones de detención modifican sustancialmente las posibilidades de trabajo
del pequeño grupo. En cuanto al tercer punto, la jurisprudencia actual, hay una
falsa percepción del tema de las adicciones al interior de las cárceles.
- Este tipo de experiencias no se pueden realizar
solo… la “coordinación” del pequeño
grupo solo es posible “soportando” el deseo
del analista
- La
monosintomatisidad es un modo de compensar lo simbólico. Resulta interesante resaltar
aquí que mientras que en las sociedades primitivas el consumo tóxico era
integrado al conjunto de prácticas sociales, otorgándole consistencia
simbólica y restableciendo los lazos generacionales, lo que comúnmente se
llaman ritos de iniciación, en la expresión actual del consumo ello parece
no ocurrir, tendiendo las prácticas de consumo hacia desligadura del lazo
social.
Finalmente,
destaco que los internos valoraban mucho la experiencia grupal en sí, más allá
del tema que se trate, ya sea el consumo de drogas o el lugar donde vivían,
etc. Era claro también que ello tenía que ver con la inmensa soledad que
implica la cárcel, la cual también me hicieron palpar como nunca. Pero también
tenía que ver con que, más allá de la más generalizada crisis del valor, de la
identidad o de la autoridad que pueda existir en nuestra época, había la
posibilidad de otorgar valor a un objeto que no era material sino simbólico, o
bien digo, que tenía una materialidad simbólica, a saber, el grupo en si. Y en
ese sentido, “hablar”, sencillamente hablar, semanalmente sobre los temas que nos
venían en gana fue su mayor conquista. De eso estoy seguro.
Bibliografía
- Roxin, C., “Derecho penal” Parte general, Tomo I (Trad. Luzón Peña; Días y García Conlledo; De Vicente Remesal), Madrid, 1997.
- Nietzche, F., “El nacimiento de la tragedia”, Alianza editorial, Madrid, 1985.-
- Recalcatti, M., “Clínica de vacío”, Síntesis, 2004.-
- Cesano, J. D., “Castigando a los castigados”, texto inédito.-
- Gerez Ambertín, M., “Culpa, responsabilidad y castigo en el discurso jurídico y psicoanalítico”, Letra Viva, 2007
- Schopenhauer, A.: “El mundo como voluntad y representación”. Ed. Porrua, México, 1987.
- Freud, S “Psicología de las masas y análisis del Yo”, Amorrortu Editores, Tomo XIX,
- Allouch, J. "La intensificación del placer es el plus de gozar de Lacan" Ficha. Traducción de Eduardo Albornoz y Michel Sauval
- Le Poulichet, S., “Toxicomanías y psicoanálisis”, Amorrortu Editores, 2001.-
Mario Federico Blanc
Ejerce el psicoanálisis en la Ciudad de Córdoba. Es Jefe de la División Psicología del Complejo Carcelario N° 2 – Adj. Andres Abregú”. Es Docente Adscripto de las cátedras de Psicoanálisis, Psicopatología 1 y Psicopatología 2 de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba. Es Profesor Asistente Interino y se desempeña como Docente Supervisor de Prácticas pre-profesionales del Contexto Jurídico (UNC). A partir de esta experiencia práctica y docente, se ha interesado en las relaciones entre el psicoanálisis y el discurso jurídico. Es investigador de la SeCyT-UNC y junto con otros docentes aborda el tema de las relaciones entre “Psicoanálisis y modernidad”. Ha publicado “La carne: Cuerpo, arte y psicoanálisis” (2003), su primer trabajo editorial. Ha dictado cursos de extensión y seminarios sobre temas relacionados con el psicoanálisis, particularmente de la orientación lacaniana.
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