¨"Si no
llegamos a movilizar en nosotros: el ardor por la aventura humana de existir,
la aptitud para disfrutar de arriba debajo de todo el carácter enigmático y
pleno del ex-sistir (dasein) y de las cosas (...) entonces sea cual sea el
total del saber amasado, los años de universidad estarán intrínsecamente
perdidos".
M. Heidegger
"Los conceptos fundamentales de la metafísica".
Cuando
la organización de este II Congreso estatal "Atención y participación
social: Una proyección de lo particular a lo social", que se desarrolla
con el subtítulo "Del malestar a la creatividad" me propuso hacerme
cargo de esta comunicación, invitación que deseo agradecer públicamente, su
título estaba ya puesto en el programa por motivos que no vienen al caso, y que
corresponden a los avatares de la organización de este tipo de eventos. Se me
ofreció, es cierto, la posibilidad de cambiar el título, pero me pareció
sugerente y decidí hacerme cargo de él.
Antes
de adentrarme en el tema, iniciaré mi intervención atendiendo tanto a las
normas de la buena educación, como los postulados de la teoría de la
comunicación que indican que, previo a la emisión de un mensaje, es conveniente
que el emisor se identifique de forma que de con ello las claves necesarias
para una mejor escucha de lo que pretende transmitir a su auditorio. Entonces,
para enunciar el marco en el que se va a desarrollar mi comunicación, y sus
limitaciones, diré que soy, además de psiquiatra y, por tanto médico de
formación, psicoanalista, lo que debe entenderse como que soy un ferviente
estudioso de las obras de Freud y Lacan y practicante de este modo de hacer
clínica, al tiempo que modesto conocedor de un saber filosófico que he ido
tomando como referencia en mi estudio del psicoanálisis, y del que hoy también
me serviré.
Para
adentrarme ya en la materia de mi comunicación, y con el fin de mostrar desde
el principio cual va a ser su eje principal, indicaré que he ordenado los dos
términos que contiene su título, medicación y vínculo social, haciendo depender
el desarrollo del segundo de ellos, el vínculo social, del primero, la
medicación, tomando este primer término más como una idea que como una
referencia al efecto concreto de las distintas moléculas que componen el
vademécum actual del que dispone el psiquiatra en su práctica, moléculas con
efectos más o menos precisos sobre el comportamiento y, por tanto, sobre las
manifestaciones del proceso de socialización en conjunto de cada individuo en
tanto que ser hablante.
Ello
me lleva a una primera distinción, esencial para el psicoanálisis: la
distinción entre la esencia del ser y su representación, esencia del ser que
Freud enunciará como la condición de todo ser hablante de estar sometido a la
castración, condición que, en su devenir consciente, trata de negar
vinculándose a aquellos objetos, entiéndase personas o situaciones sociales,
identidades, etc. que le permitan, al condescender a su deseo, vivir en esa
sensación de plenitud que supone la encarnación de todo ideal. Aunque la
cuestión es más compleja, de momento la dejaré planteada en estos términos
señalando, no obstante, esta escisión que siempre acaba imponiéndose al sujeto
entre su yo, su imagen de sí mismo, podríamos decir, y la imagen de su encarnación
ideal de sí mismo, entre lo que es y lo que desea ser.
No
entraré en el detalle de estas consideraciones, demasiado extensas para el
tiempo de que disponemos, aunque si señalaré una idea que me parece pertinente
para iniciar el mismo, contenida en un curso de M. Heidegger que estaba
estudiando cuando se me propuso participar en este congreso, Los conceptos
fundamentales de la metafísica: mundo, finitud, soledad, perteneciente al
semestre de 1929-30, es decir, apenas dos años posterior a la publicación de su
obra fundamental Ser y tiempo, curso del que lamentablemente no hay aun
traducción castellana. En él se afirma que la filosofía del conocimiento,
entiéndase por ello la sociología, antropología y demás ciencias afines, no
puede dar cuenta de la esencia del ser, sino de su representación, es decir,
que si nos atenemos a las formas con las que se manifiesta la condición del ser
humano de ser en sí mismo y con los otros, solo podremos dar cuenta de su
condición de existente, pero no de la esencia de la que esta existencia es
expresión, modo de hacerse aparente en lo social ocultando a la vez dicha
condición de ser. De ello se deduce la expresión alemana con la que Heidegger
habla de dicha esencia del ser, dasein, traducida al castellano por Zubiri con
la misma grafía que encontraremos en el Lacan de los años 70, ex-sistencia, con
la que se hace patente que la condición de ser es externa al hecho de sentirse
vivo o, dicho de otro modo, aparece representada en aquellos objetos de deseo
con los que el sujeto construye su mundo, y que encarnan para él su condición
de estar vinculado a su deseo.
En
la obra de Lacan dicha extimidad como él la nombra, neologismo contrapuesto al
término intimidad de referencias mucho más precisas en nuestra lengua común,
quedará contenida en la distinción que hace entre lo imaginario de un
individuo, es decir la forma con la que su ex-sistencia se manifiesta; lo
simbólico, es decir los elementos del discurso, los significantes con los que
cada individuo narra su propio devenir histórico, y lo real, aquello que Freud
conceptualizó como pulsión, y que, en su insistencia en manifestarse en cada
sujeto, excede a la narración con la que el sujeto puede dar cuenta de los
sucesivos encuentros con los objetos con los que dicha pulsión es representada
para el sujeto. De esta condición de externo de los sucesivos objetos con los
que cada sujeto pretende alcanzar esa condición de plenitud en la que cada
individuo cifra su íntima concepción de la armonía en su existencia, podría dar
ejemplo algo que quizá todos los asistentes de la sala han experimentado alguna
vez con mayor o menos entusiasmo, y con mayor o menor tranquilidad, el
enamoramiento.
Nótese
que en esta breve explicación he estado diferenciando en su contenido los
términos "individuo" y "sujeto", diferencia que podría ser
enunciada aludiendo, tal como señala Freud, a la percepción de su condición de
"in-divisum", de no dividido que cada individuo tiene como
protagonista de su propia existencia, mientras que en dicho devenir histórico
se percibe que los objetos con los que éste conforma su mundo al sentirse
vinculado a ellos por fuertes vínculos encarnan para él su condición de sujeto
sometido a su deseo, de dividido entre lo que es, su "yo", y lo que
desea ser y más o menos reprime al confrontarse a una angustia que tiene dos
caras: la de alcanzar lo que se anhela y, por tanto, se teme perder, y la de no
tener lo que se desea..
Para
una mejor comprensión de esta distinción, expuesta aquí de forma tan sucinta,
lo que puede hacerla opaca y poco comprensible, comentaré una pequeña viñeta
clínica de mi propia práctica. Se trata de una mujer de 39 años que
cuando viene a verme ha logrado reprimir toda manifestación de deseo sexual
mediante dos estrategias: una anorexia que ha tenido una evolución de unos 10
años, consecuencia de la cual se ha producido una amenorrea de más de 8 años de
evolución, y una fuerte vinculación a sus padres que le ha permitido prescindir
de prácticamente toda relación social. El pasado otoño conoce a un compañero de
trabajo, tan introvertido como ella y con una vida similar a la suya ya que
tiene a su exclusivo cuidado dos padres mayores e inválidos, con el que entabla
una amistad que le lleva a iniciar una relación que le permitirá, al darle
argumentos para ello, salir de su casa las tardes de los fines de semana. Algo
del entusiasmo empieza a manifestarse en ella, lo que le permite cuestionar la
anterior vinculación con los padres, en especial con una madre que le transmite
una imagen de mujer "no normal como las otras mujeres de su edad", al
tiempo que la reclama constantemente a su lado.
La
relación con este chico se rompe como consecuencia de la reacción de él a las
habladurías que comienzan a producirse en el entorno laboral de ambos. Semanas
después se producen en ella dos cambios, las menstruaciones reaparecen al
tiempo que aparecen sueños y fantasías de marcado contenido sexual cuyos
protagonistas son ella y alguno de los actores de televisión por los que se
siente atraída. La inquietud producida por la persistencia de estas fantasías
acaba transformada en angustia por una nueva sensación en su cuerpo ligada a
estas manifestaciones inconscientes: siente un "hormigueo" a la
altura del pubis que le produce gran desazón y que no vincula, o no acepta
vincular por decirlo con mayor exactitud, a sus ensoñaciones. La respuesta a
esta desazón será una demanda insistente de alguna medicación que le calme esta
nueva sensación y que le permita, por tanto, seguir prescindiendo de su deseo
sexual.
Vemos
pues, como en este caso la "medicación" que demanda la paciente tiene
un contenido que excede con mucho al valor puramente farmacológico de dicho
objeto al aparecer vinculada a una demanda muy concreta, dejar de sentir el
hormigueo en el pubis.
No
siempre es así ya que generalmente la demanda de medicación que formula el
paciente, y prácticamente lo mismo podríamos decir del impulso que lleva al
médico a prescribirla, tiene el contexto más general de los fenómenos clínicos
que llamamos síntomas. Por ello, si nos planteamos la idea de medicación en
relación con los vínculos sociales con los que cada sujeto construye su propio
mundo en el que desplegar su existencia y a sus correspondientes
manifestaciones afectivas, e incluso a los fenómenos elementales que se
producen en los casos de psicosis en este contexto tales como alucinaciones,
delirios, etc., esta idea de medicación hay que entenderla desde dos ángulos
distintos: como objeto, es decir, en tanto que fármaco con un efecto más o
menos específico sobre el organismo, lo que nos sitúa del lado del médico,
quien tomará como referencia estos fenómenos clínicos; y en tanto que sustancia
capaz de producir los efectos que el paciente espera obtener, lo que añade, del
lado del paciente, un efecto importante y poco tenido en cuenta al valorar
dichos efectos de un fármaco, el llamado "efecto placebo" que se
sustenta en las expectativas que espera obtener quien recibe el tratamiento y
que habitualmente expresa en forma de demanda.
Me
centraré ahora en este segundo efecto y, para mejor entender qué se quiere
decir cuando se habla de "efecto placebo", citaré la primera
definición documentada de "placebo", contenida en el Hoover's Medical
dictionary de 1811: "Calificativo dado a toda medicación prescrita más
para agradar al paciente que para serle útil", lo cual, si nos referimos
exclusivamente a los tratamientos psiquiátricos, nos sitúa prácticamente para
todos ellos en una época que dura hasta principios de los años 50, fecha en la
que aparecerán la primera molécula realmente eficaz en el tratamiento de la
sintomatología de las enfermedades psiquiátricas, la Cloropromacina, seguida
pocos años después de otra molécula, derivada de esta, eficaz contra los
síntomas depresivos, la Imipramina, apareciendo unos 10 años después la que
pronto sería la molécula más vendida en el mundo occidental, el Diacepán, cuya
efectividad clínica en síntomas más o menos banales de la vida cotidiana hará
que este efecto placebo vaya cambiando de contenido.
Por
tanto, cuando se habla de "medicación", entendida esencialmente como
el acto por el que un médico propone a un paciente la ingesta de determinadas
sustancias con el fin de obtener un efecto buscado, y entendido como
beneficioso para aquel, necesariamente hay que contemplar estos dos aspectos:
el de la molécula, a la que el saber farmacológico ha ido añadiendo, y me
atrevería a decir que suponiendo, cada vez un mayor carácter de especificidad,
generando a nivel del psiquiatra una problemática de la que me ocupare a
continuación, el de la "nosologización" de la vida cotidiana; y el de
los efectos esperados por el paciente cuando obtiene del saber del médico, al
que apela, una molécula a la que supone dicha especificidad como respuesta a la
demanda que parte de su propia sensación de malestar. Pero, como indicaba
antes, ¿es ajeno el propio médico a este efecto placebo?
Con
el fin de entender mejor el contexto de esta pregunta conviene que nos
detengamos en alguno de los pormenores de estos descubrimientos farmacológicos
Así, conviene que reparemos en la fecha que acabo de indicar, 1950-60, ya que
en estos años se ha consolidado en el mundo occidental una de las consecuencias
más importantes de la II guerra mundial, la tecnificación de la vida cotidiana
en cuyo contexto entiendo que hay que incluir estos nuevos "avances de la
medicina", expresión hoy todavía al uso y que se acuña por esos años.
No
obstante, también podríamos preguntarnos porqué, para una mejor comprensión de
los cambios que se irán produciendo en el saber médico con la introducción de
estas moléculas y todas las que se van a ir derivando de ellas, es necesario
tener en cuenta que ya la investigación previa a su comercialización se produce
en una época en la que se ha producido un predominio absoluto de la técnica
sobre la ciencia, entendidas ambas como dos formas de conocimiento. Partamos de
una diferencia esencial que podríamos establecer entre ambas diciendo que
mientras que la ciencia pretende el conocimiento de la naturaleza mediante la
aplicación, desde Galileo y Newton, de modelos matemáticos que hacen que dicho
conocimiento sea transmisible, la técnica aspira a la transformación de dicha
naturaleza mediante la producción de objetos que parten de la aplicación de
dicho conocimiento científico.
Dicho
así, se trata de una definición muy sencilla que podría suscitar un acuerdo
general en la sala. Pero alguien podría insistir en preguntar qué importancia
tiene el que estos productos, de indudable efecto beneficioso sobre las
personas a las que le son adecuadamente prescritas, hayan sido desarrollados en
el contexto de este cambio social. Detengámonos un momento en esta diferencia
entre ciencia y técnica para poder entender mejor cual será la consecuencia
sobre el proceso de socialización que supone la necesidad del ser humano de
establecer vínculos sociales en el sentido que le hemos dado antes de la
necesidad de encontrar objetos, entiéndase personas, situaciones, o cualquier
circunstancia en la que el sujeto sienta que alcanza una sensación de plenitud
en su sentirse vivo cuando dicho proceso incluye la relación médico-paciente.
Seguiré
ahora, grosso modo, la deducción que sobre este tema hace M. Heidegger en un
texto de lectura muy recomendable: "La época de la imagen del mundo",
que pueden encontrar en un libro recopilatorio titulado Caminos del bosque.
La
aparición de la ciencia moderna en el siglo XVI con Copérnico supondrá,
respecto de la episteme griega y la ciencia medieval que de ella se derivaba,
una ruptura importante en el sentido de una nueva concepción de la idea de
verdad, entendida a partir de ese momento como exactitud en la observación, es
decir, la consecuencia de que dicha observación pueda ser formulada
matemáticamente haciendo que el conocimiento de las manifestaciones del ente,
entiéndase aquí ente como cualquier fenómeno de la naturaleza, adquiera ya en
Descartes un carácter anticipatorio, calculable. Un ejemplo gráfico de dicho
carácter anticipatorio del conocimiento científico lo tenemos, tras la
enunciación de la teoría de la relatividad, en el conocimiento de la existencia
de las llamadas partículas elementales deducido antes por un cálculo matemático
anticipatorio que mediante la observación directa de los fenómenos subatómicos
que permitan confirmar su presencia. Otro tanto sucedió con la predicción de la
existencia de agujeros negros, la curvatura de la luz al pasar cerca de campos
gravitacionales intensos, u otros fenómenos a escala estelar cuya existencia
fue antes deducida sobre el papel que conocida por la observación del universo.
De
ello cabe concluir que uno de los rasgos fundamentales de la ciencia moderna es
la investigación como método de conocimiento, consecuencia de este cálculo
anticipador que se instala en el ámbito de las manifestaciones del ser. Esta
investigación como método supondrá la proyección de un rasgo fundamental del
ente, lo que excluye, por tanto, la observación del ente en su conjunto, del
individuo en su conjunto por situarnos mejor en el ámbito en el que estamos
hablando, y un rigor en la observación, rigor que en este ámbito del
comportamiento humano se ha transformado en cálculo estadístico ya que dicho
rigor en el conocimiento del ente, del individuo, no depende de la singularidad
de cada individuo sino de la repetición de la observación del rasgo fundamental
destacado en una serie de individuos. Ejemplo vivo de ello lo tenemos, en el
campo de la psiquiatría en las modificaciones arquitectónicas que introducirá
Kraepelin en su Establecimiento alemán de investigación en psiquiatría, fundado
en 1917, para que respondiera más a la estructura del hospital moderno, que
permitía la observación singularizada de cada paciente, que a la estructura
tradicional del asilo, más centrado en la vida comunitaria de los pacientes
internados. Ello no fue un capricho del arquitecto, sino consecuencia directa
de los criterios nosográficos del psiquiatra alemán, para quien los mismos
síntomas y la misma evolución en los pacientes permitían suponer la misma causa
de su enfermedad que así se singularizaba respecto de otras con síntomas
parecidos y evolución distinta. (cf. E. Kraepelin: Cien años de psiquiatría)
La
aparición de la empresa en el siglo XIX supondrá la consolidación del carácter
institucional de la ciencia moderna. Ello comportará la primacía del método
investigador por encima del conocimiento especulativo del ente, tanto en su
naturaleza como en su historia.
Llegado
a este punto, Heidegger se pregunta qué concepción de lo ente, de lo que
existe, y qué concepto de verdad hacen posible el que la ciencia se torne
investigación. Sigamos de cerca su razonamiento. "El conocimiento, en
tanto que investigación, le pide cuentas a lo ente acerca de cómo y hasta qué
punto está a disposición de la representación. La investigación dispone de lo
ente cuando consigue calcularlo por adelantado en su futuro transcurso o
calcularlo a posteriori como pasado. En el cálculo anticipatorio casi se
instaura la naturaleza, en el cálculo histórico a posteriori casi la historia.
Naturaleza e historia se convierten en objeto de la representación
especulativa. Dicha representación cuenta con la naturaleza y ajusta cuentas
con la historia. Sólo aquello que se convierte de esta manera en objeto es,
vale como algo que es. La ciencia sólo llega a ser investigación desde el
momento en que se busca al ser de lo ente en dicha objetividad.
"Esta
objetivación de lo ente tiene lugar en una re-presentación cuya meta es colocar
a todo lo ente ante sí de tal modo que el hombre que calcula pueda estar seguro
de lo ente o, lo que es lo mismo, pueda tener certeza de él" (págs 85-86).
Es decir que, tal como indica Lacan en "La ciencia y la verdad", con
la institucionalización de la ciencia como investigación se ha pasado
definitivamente de la singularidad de cada sujeto al "para todos los
individuos". La técnica, por tanto, va a suponer una aplicación de estos
rasgos que la ciencia, como método, singulariza, tal como se hace evidente si
se comparan las historias clínicas desde Hipócrates hasta la invención de la
auscultación por Laennec, donde se habla de enfermos, y las posteriores a este
momento donde ya sólo se habla de enfermedades (cf.: P. Laín : La historia
clínica).
Volvamos
ahora a nuestro razonamiento donde lo habíamos dejado, es decir en la aparición
del primer psicofármaco a principio de la década de 1950 con el que se iniciará
el interés de las compañías farmacéuticas por este tipo de moléculas y que
marcará un cambio importante en el saber médico, cuyas consecuencias veremos
más adelante cuando hable de la nosografía actual: el progresivo desplazamiento
de las tesis psicologistas sobre el origen de las enfermedades mentales a un
segundo término respecto de las tesis biologicistas sobre las causas de dicho
malestar, desplazamiento que se hará definitivo con la publicación del ya
famoso D.S.M. III en 1980.
Un
breve comentario sobre la investigaciones que dieron origen a estas moléculas
nos bastará para intuir el contexto con el que estas moléculas se introducen en
el saber de la práctica psiquiátrica del momento, contexto que, como veremos,
se prolonga hasta la actualidad.
En
1951, escasos 6 años después de finalizada la II guerra mundial, el laboratorio
Rhône-Poulenc suministra al cirujano de la armada francesa Laborit una nueva
molécula para la investigación del uso de antihistamínicos en la prolongación
del efecto de la anestesia. En sus ensayos clínicos con la molécula 4560 RP
descubrió que, además del efecto esperado, producía en los pacientes al
despertar cierto "desinterés", efecto que decide explorar en los
pacientes psiquiátricos.
Tras
su ensayo durante los primeros meses de 1952 sobre un paciente maniaco del
hospital militar parisino de Val-de-Grâce, en marzo de ese mismo año los
psiquiatras J. Delay y P. Deniker comienzan a utilizarlo ampliamente en sus
pacientes del hospital Sante Anne, descubriendo que la molécula era mucho menos
peligrosa y más eficaz que las terapias físicas utilizadas hasta entonces. En
una comunicación de mayo de 1953 comentarán que el ambiente de las salas ha
cambiado completamente: el uso de las camisas de fuerza y de "equipos
psico-hidraúlicos" había disminuido enormemente, así como el ruido y la
agitación del ambiente.
De
hecho, el uso sistemático de la cloropromacina, especialmente tras su
implantación en los hospitales norteamericanos, produjo un efecto inesperado:
los pacientes podían ser dados de alta tras pocos meses de internamiento,
consiguiéndose así un progresivo vaciamiento de los hospitales psiquiátricos,
que se hará masivo en la década siguiente. Este efecto no dejará de ser
predecesor de los numerosos estudios de coste sanitario-eficacia del uso de
psicofármacos en el tratamiento de las enfermedades mentales con los que
algunos laboratorios publicitarán el uso de sus moléculas durante los años 90.
Nunca se dice, en cambio, cuanto aumentó el porcentaje de enfermos mentales en
las prisiones (llegó al 25%) y en los servicios sociales en los años
siguientes.
En
la vorágine del estudio de este tipo de fármacos van sucediéndose la aparición
de nuevas moléculas como la Imipramina, primer antidepresivo tricíclico en
1953, el Meprobamato, primer ansiolítico, en 1955 que alcanzaría gran
popularidad llegando a ser conocido como "las píldoras felices",
"la píldora de la felicidad", "la felicidad en receta", e
incluso la aparición de un libro, La ruta hacia Miltown (nombre comercial del
fármaco), que llegó a alcanzar gran éxito de ventas, y finalmente el
Clorodiacepóxido en 1960, antecedente directo del Diacepán, que aparecerá en
1963, y del que su investigador destacó el "efecto doma" que producía
en los ratones a los que se les suministraba.
Para
hablar de las consecuencias que tendrá la aparición de estos productos me
limitaré a transcribir un comentario de E. Shorter en su Historia de la
psiquiatría al hablar de este fenómeno: "Conforme el Valium (Diazepán)
ganaba en popularidad, los fabricantes cayeron en la cuenta de que ahí estaban
los mercados de futuro. Cuando las empresas farmacéuticas altamente
competitivas irrumpieron en los productos farmacéuticos, comenzaron a deformar
el sentido propio del diagnóstico. Al intentar hacerse un hueco en el mercado,
las empresas farmacéuticas aumentaron las categorías de las enfermedades. Era
posible que un trastorno se hubiera detectado a duras penas, hasta que una
empresa farmacéutica afirmaba tener el remedio para él, después de lo cual se
convertía en epidemia" (pág.: 319). De este modo aparecieron las
"epidemias" de cuadros depresivos a partir de finales de los años 80
tras la exitosa comercialización de la Fluoxetina, que alcanzó apelativos
similares a los del Meprobamato, libro incluido, el famoso Hablando con Prozac.
La
consecuencia más notoria de la aparición de estas nuevas herramientas
terapéuticas fue la promoción de cambios radicales en la nosografía
psiquiátrica con la publicación en 1980 de una nueva clasificación de las
enfermedades mentales, el ya nombrado D.S.M. III, en la que, como he dicho, el
aspecto biológico de la causalidad de las enfermedades mentales desplazó
radicalmente a todo tipo de consideraciones psicológicas.
No
dispongo de tiempo, ni es este el contexto que me permitiría detenerme en una
explicación detallada de estos cambios. No obstante señalaré que el malestar en
la vida cotidiana fue progresivamente introducido en estas clasificaciones
nosográficas en forma de trastornos tipificados como diagnósticos específicos a
los que, lógicamente, les corresponde un tratamiento también específico,
siguiendo los criterios de Kraepelin resucitados por los grupos de trabajo de
esta nueva clasificación.
Por
tomar los ejemplos más extremos, podría hablar aquí de cómo los homosexuales
consiguieron que, por votación democrática entre los psiquiatras de la American
Psychiatric Asociation, se eliminara la homosexualidad como enfermedad en la
elaboración del D.S.M. III; de cómo tras esta victoria las feministas lucharon
para eliminar la palabra autofrustración de la definición de la neurosis
histérica; o de cómo los ex-combatientes de Vietnam consiguieron que se
introdujera un cuadro clínico específico llamado trastorno post-combate que con
el tiempo acabará llamándose trastorno de estrés post-traumático y al que se le
ha adjudicado una molécula como tratamiento específico.
No
obstante, quisiera detenerme un momento en uno de los rasgos que me parecen
esenciales de estas nuevas clasificaciones y que me costó mucho entender, sin
estar aun seguro de haber llegado al fondo de la cuestión. Hablo de la
sustitución del término "enfermedad" por el de "trastorno",
sustitución cuyo alcance se intuye si recurrimos al término ingles que se ha
traducido por trastorno, "disorder", y lo traducimos literalmente, y
legítimamente, por "desorden", término que, en su definición que esta
misma clasificación ofrece, queda englobado en la cualidad de
"a-teórica" que tiene esta clasificación para sus autores.
Por
falta de tiempo, no me detendré en el debate que podría suscitar la aparición
de este término en el corpus doctrinal de la psiquiatría, aunque la tentación
sea grande. No obstante, señalaré que, si entendemos este término
"desorden", lease trastorno, como próximo al término
"desequilibrio" que impulsaba la psiquiatría francesa de los años 50,
podemos ver que la psiquiatría actual se aproxima en sus descripciones
sindrómicas a una atomización de rasgos, quizá con la esperanza de hallar
tratamientos específicos para cada uno de ellos. De la lectura de las
monografías de las moléculas de los nuevos neurolépticos, puedo asegurar que se
trabaja en esa dirección.
Ahora
bien, desde principios del siglo XX, en concreto desde que con la invención de
las vacunas la medicina entendió que la salud no era simplemente la ausencia de
enfermedad, ya que sujetos sanos podían ser portadores de gérmenes patógenos, e
incluso padecer la enfermedad sin que esta se manifestara clínicamente, como
posteriormente confirmó Cl. Bernard en sus estudios sobre la diabetes, uno de
los debates más fecundos y más insistentes ha girado en torno a qué se entiende
por salud.
Al
hilo de este debate podríamos, de nuevo legítimamente, preguntarnos qué
concepto de salud se contiene en estas clasificaciones "a-teóricas" y
ordenadas en torno al concepto de trastorno. Entiendo que ellas, a despecho de
la definición que la O.M.S. dio del término salud en los años 70, planteada en
términos de bienestar físico, mental y social, se ha vuelto en estas
clasificaciones de las enfermedades mentales a conceptos anteriores de salud
como el que se postulaba en los años 30, cuando se entendía por salud
simplemente al silencio de los órganos, lo que nos lleva a plantear la
pertinencia del término acuñado por P. Krammer en 1990 de
"psicofarmacología cosmética".
Al
finalizar esta exposición vemos como la relación entre medicación y vínculo
social se la vuelto problemática, pero no sólo en la práctica diaria de la
relación médico paciente como intuitivamente podía pensarse al principio, sino
fundamentalmente en el contexto histórico mismo en el que esta relación debe ser
pensada.
No
formularé ninguna conclusión al respecto para dejar que sean los oyentes
quienes las planteen. Finalizaré por ello retomando la cuestión del vínculo
social en los términos en los que lo planteaba al principio de mi exposición.
Freud, en pequeño texto temprano de su obra titulado "Formulación sobre
los dos principios del acaecer psíquico" (1911) afirma que "El arte
logra por un camino peculiar una reconciliación de los dos principios (el
principio de placer y el principio de realidad). El artista es originariamente
un hombre que se extraña de la realidad porque no puede avenirse a esa renuncia
de la satisfacción pulsional que aquella primero le exige, y da libre curso en
la vida de la fantasía a sus deseos eróticos y de ambición. Pero él encuentra
el camino de regreso desde ese mundo de fantasía a la realidad; lo hace, merced
a sus particulares dores, plasmando sus fantasías en un nuevo tipo de
realidades efectivas que los hombres reconocen como unas copias valiosas de la
realidad objetiva misma. (...)
Ahora
bien, sólo puede alcanzarlo porque otros hombres sienten la misma
insatisfacción que él con esa renuncia real exigida, porque esa insatisfacción
que resulta de la sustitución del principio de placer por el principio de
realidad constituye a su vez un fragmento de la realidad objetiva misma"
(pág.: 229).
Kant
en su Crítica del juicio distingue lo bello, aquello que el ser humano puede
abarcar con sus sentidos y su intelecto de forma que se sienta incluido en
ello, de lo sublime que entiende como lo inconmensurable, como lo que excede al
ser humano en su capacidad de comprensión y lo hace sentirse angustiado (págs.:
158-164).En ese vivir, que oscila entre lo bello y lo sublime, Schopenhauer
comparará lo que él llama voluntad, y que podríamos entender aquí como la
pasión por vivir, con el sentimiento que el hombre experimenta cuando contempla
la salida del sol desde la cumbre de una montaña cuando en el valle todavía
persiste la tiniebla de la noche. Actualmente la propuesta que nos llega de
todos lados, y que, a mi entender, también subyace en la teorización que se
hace sobre el uso de la medicación psiquiátrica, parece ser la de que nos
quedemos en el valle, en lo gris de una vida sin sobresaltos.
*Texto
leido durante el II Congreso Estatal "Atención y Participación Social. Una
proyección de lo particular a lo social", organizado por la Mancomunidad
Valle Ricote. Archena (Murcia), febrero 2003. Pendiente de publicación por la
organización.
Bibliografía citada:
1. 1. Freud, S.: (1911)
"Formulación sobre los dos principios del acaecer psíquico", in Obras
completas, vol XII. Ed. Amorrortu. Buenos Aires, 1986.
2. Heidegger, M.: Caminos
del bosque. Alianza editorial, Madrid, 1995.
3.
Heidegger, M.: Les concepts fondamentaux de la métaphysique: Monde-finitude-solitude.
Ed.
Gallimard, 1992.
4. Kant, E.: Crítica de la
facultad de juzgar. Ed. Monte Avila, Caracas, 1991.
5. Kraepelin, E.: Cien años
de psiquiatría. Ed. Asociación española de neuropsiquiatría, col. Historia,
Valladolid, 1999.
6. Lacan, J. "La
ciencia y la verdad", in Escritos, vol. II. Siglo XXI editores, Madrid,
19ª edición, 1998.
7. Laín, P.: La historia
clínica. Ed. Triacastela, Madrid, 1998.
8. Schopenhauer, A.: El
mundo como voluntad y representación. Ed. Porrua, México, 1987.
9. Shorter, E.: Historia de
la psiquiatría. Desde la época del manicomio a la era de la Fluoxetina. Ed.
J&C, ediciones médicas, Barcelona, 1999.
Francesc Roca i Sebastià
Valencia-Barcelona, Febrero
de 2003
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