EL ATENEO: UNA APROXIMACIÓN A PENSAR SU LUGAR Y SU FUNCIÓN EN LAS PRÁCTICAS Y EN LAS INSTITUCIONES por Mario Federico Blanc
Es una realidad que hay que formarse para poder
ejercer una determinada práctica. Pero al mismo tiempo se puede considerar que
el solo formarnos en una disciplina determinada o en la especificidad de una
disciplina no resulta para nada suficiente, sobre todo teniendo en cuenta los
ámbitos en los que se mueve un psicólogo, llámese instituciones, consultorios,
centros de salud, etc. En términos aristotélicos, diría que la formación
profesional es condición necesaria,
pero no suficiente para el ejercicio
de la psicología, sobre todo clínica. Incluso creo yo que sería ilusorio pensar
que solo por formarnos nuestro trabajo se vuelve menos conflictivo o más
saludable. Por su puesto que ayuda… y está famosa metáfora del bisturí del
médico… si se lo sabe usar, cura, pero si está oxidado, mata. Yo,
particularmente, veo ahí una cuestión muy compleja en el caso de los
psicólogos. A partir entonces de esta complejidad del trabajo, específicamente
del trabajo de los psicólogos al interior de las instituciones, considero que
es necesario pensar y repensar nuestras prácticas en función de intentar
encontrar respuestas que seguramente faltan. Ese sería un poco el objetivo de
este escrito.
Bueno, en realidad, es maravilloso cuando las
respuestas faltan, y sin embargo, a veces no faltan, y entonces caemos en eso
que los mismos psicólogos llaman omnipotencia
-con cierta impunidad, por cierto, lo digo con humor pero también con cierta
animosidad- buscando quizás hacer referencia a aquella persona que trabajando
aisladamente que cree que todo lo puede saber, resolver, interpretar, etc. En
realidad, Freud hablaba de la omnipotencia
del pensamiento, sobre todo en el niño y en la neurosis obsesiva y hoy no
se qué ardid del pensamiento ha extendido el sentido de esta palabra de semejante
manera. Otras veces, y por el contrario, experimentan los psicólogos una
exageradísima diversificación de la falta de respuestas en las instituciones, y
entonces hay tanta, pero tanta falta de respuestas que se llenan de eso que los
mismos psicólogos también han descripto de modo tan singular: la impotencia: el psicólogo que nada puede
hacer ante las vorágines (institucional, propias del caso, etc.) y ante los
objetivos de la institución. Se trata de dos polos bastante infortunados, por
cierto, pero también bastante frecuentes y claros de observar o percibir. Y
bueno, la verdad es que de vez en cuando en algunos de nuestros espacios
laborales, sentimos que las respuestas a las preguntas que interrogan la
función del psicólogo faltan, y esto, insisto, es maravilloso. No sé si me
acompañaran en esto, pero yo lo comparo con la situación de un psicoanálisis,
cuando el paciente viene con un palabrerío inmenso y advierte que nada dice de
si o, en el otro polo, cuando a pesar de que quiere decir nada puede decir de
si, y entonces calla, ungido en el dolor o la impotencia. Lo que buscamos es
más bien un punto intermedio, un islote, una meseta, entre la omnipotencia del que todo lo sabe y lo
puede y la impotencia del que nada
puede hacer, esto es, una potencia.
Estas respuestas que faltan pueden presentarse a
varios niveles, en varios sentidos y de diversas formas. Y quizás no deberíamos
perder de vista el punto en donde el trabajo cotidiano del psicólogo se detiene
o se traba o produce una incógnita.
Bueno, pero ¿cómo abordar este tema tan complejo,
incluso tan poco hablado por nosotros mismos? Uno podría preguntarse: ¿sobre la
base de qué elementos se forma, nace, crece o se desarrolla una disciplina? O
¿qué es una disciplina? Es una pregunta preliminar, pesada e importante. Pero
¿a qué apunta esta pregunta? Cada disciplina, podemos pensar, cuenta con unas
premisas, tiene unos supuestos básicos más o menos ligados a una idea de la
ciencia, y sobre los cuales se constituye como tal. Algunos de ellos son más
teóricos que prácticos, otros, al revés. Una forma de verlo es que en realidad
toda disciplina se forma a partir de los elementos presentes en la cultura y
del modo en que se vive en ella en un momento determinado de la historia, o en la historia. Es una forma algo Kuhneana
de verlo[1].
Se crea un espacio en la cultura y en la historia en la que determinados
elementos hacen que surja, por caso, la química o la física en general o, por
qué no, la psicología y la criminología
clínica. Y apunto específicamente a esto: en el caso del psicólogo, la persona
que ejerce esta disciplina, si es que me puedo expresar así, podemos pensar que
pisa una huella práctica muy fuerte, y en este sentido, habría que ver cuáles
son estos supuestos y premisas de la cual parte, porque es ahí donde se aloja
parte del asunto. A saber, la psicología no puede operar sin preguntas. Y aquí
comenzamos a ver nuestra disciplina más de modo socrático de que de modo
Kuhneano, sin que se excluyan de por sí ambas ópticas. De hecho, forman una
interesantísima combinación y yo no me perdería ni un detalle si existiese un
diálogo entre ambos. Este tema de los supuestos básicos de la psicología,
quizás habría que reconsiderarlos de modo permanente, digo yo, y en cada caso,
en cada acto de la práctica debería ser una pregunta. No los vamos a rastrear
ahora, pero prontamente llegamos a un punto de abstracción en el cual podemos
considerar que habrían al menos tres exigencias específicas para este ejercicio
de la práctica del psicólogo, sobre todo de aquel orientado por un perfil que
llamamos clínico: Formación profesional permanente, Psicoterapia
o Análisis personal, Supervisión de casos.
Si es que pretendo pronunciarme sobre algunos
aspectos relacionados con este tercer punto –dentro del cual intento ubicar la
práctica del ateneo-, es porque creo que hay supervisión en la medida que hay
un caso. Sobre cómo puede entenderse la supervisión de un caso, en particular,
es un tema que excede este trabajo, pero propondría entenderla no como un saber
que viene a esclarecer lo que yo no sé
–lo que estaría más bien relacionado con el lugar de un profesor, y por lo
tanto, relacionado con la formación
profesional-, sino como un otro que
me escucha en lo que desde mí se me presenta como obstáculo para pensar un caso. Por eso es preciso
considerar cuanto de esto se mezclan estos puntos entre si. Por un lado, la
supervisión con el punto anterior, el análisis personal, porque un caso que se
lleva a supervisión o a control o a un ateneo es algo que remite de modo
directo al caso que es uno también, en la medida en que es uno el que ha
quedado incluido o amarrado a una red de palabras que precisa esclarecer. Y sin
embargo, a veces no hay caso. Y no
hay caso porque se prefiere la soledad, o la quietud de un casillero, como dice
el tango, como si uno, psicólogo, se guardara el saber y desde allí, el riesgo
va en ascenso, porque de ese saber, prontamente se desprende un poder, y bueno,
caemos de nuevo en la metáfora del bisturí.
Por otro lado, la supervisión se mixtura con la
formación, en la medida en que debe haber un saber teórico que sustente una
práctica, de lo contrario, no puede haber práctica. En esta cuestión, ha de
reconocerse cierta dificultad de separar claramente estos campos. Sin embargo,
cada cuestión habrá de tener su momento y su lugar. Aquí, yo me voy a referir
solo a una faz de este asunto, que es, de modo concreto, el caso o los casos que atendemos en la
cotidianeidad de nuestro trabajo y a la necesidad de “pensarlo con otros”, a
partir de una práctica compartida en el marco de una institución.
Antes de pasar a ello, hay una cuestión más que
quisiera comentar de modo previo. Habría que fundamentar porqué es necesario,
por qué se vuelve importante la necesidad de retomar la consideración del
ateneo. En lo particular, y esto no es algo del orden de la creencia sino del
orden de lo observable, debo decir que la práctica del ateneo constituye en la
actualidad una práctica que tiende a extinguirse. No creo que eso sea una
cuestión menor, y al mismo tiempo, no creo que, en suma, dicha tendencia sea
responsabilidad exclusiva de los agentes de salud mental. Se tratará
seguramente también de algo más trascendente que el tema que me ocupa en este
escrito, pero creo que también debemos ocuparnos de aquello que en la cultura
tiende a la muerte, a la no existencia o a la desaparición ya sea como
práctica, como discurso o como un cuerpo, el cuerpo de una persona que
desaparece. Uno podría pensar que si en las instituciones el ateneo tiende a
desaparecer es porque en realidad lo que tiende a no existir en las mismas es
lo que comúnmente denominamos el caso…
en sentido amplio. Me refiero puntualmente al relato, a la novela familiar o a
las fantasías de un sujeto anclado en alguna cuestión y que narra dicha
cuestión a un otro ubicado en un lugar de escucha, en un marco determinado, por caso, una institución
o un consultorio.
Este
es un problema complejo, como decía, no tiene que ver exclusivamente con
nosotros sino con el modo en que actualmente se convive en la cultura, quizás
con una degradación generalizada de la vida en la cultura, para tomar una
expresión con resonancias freudianas. Y es que es la trama intersubjetiva la
que está afectada de modo general, por una inmensidad de factores que la
deterioran cotidianamente. Y en eso, si bien tenemos una responsabilidad, no
nos atañe ni de modo directo ni de modo absoluto, siendo, nosotros mismos, en
cierta medida, parte de este deterioro generalizado.
Entonces,
en este marco que podría llamar de responsabilidad parcial, no exclusiva o
limitada de los agentes de salud mental es que quería comentar una idea muy
general acerca del ateneo en la práctica cotidiana de los psicólogos que
trabajan en la asistencia, tratamiento o atención de personas en instituciones.
Y esta idea general tiene que ver con plantear el ateneo como una instancia que
intenta instaurar o instituir un clima para el diálogo con entre colegas cuyo
principal protagonista es un texto. Puede que se necesite instituirlo y en tal
sentido se verán cierta clase de resistencias seguramente o puede que esté
instituido ya en el trabajo cotidiano, como por lo general lo es en los equipos
de salud mental de los hospitales, y en tal caso se tratará de una institución
dentro de otra institución, la institución del ateneo en la práctica clínica o
institucional
Ateneo e institución
Para
pensar el ateneo, ¿es necesario pensar primero la institución? Y bueno, quizás
si, porque es en ella donde lo realizamos y entonces hay que considerar que el
ateneo o una simple reunión de profesionales abocados al tratamiento de un tema
en particular guarda una relación con una lógica en la que una institución se
mueve. Hay instituciones más o menos paranoizadas, más o menos politizadas y
entonces eso se mezcla con lo que cierto grupo de personas están intentando
hacer, pensar, decir, hacer-pensar, etc.
Yo
no quisiera en este punto retomar a autores que se han vuelto clásicos, que
todos conocemos, que todos leemos y cuyas palabras con el tiempo se vuelven verdades
santas. No es mi idea cuestionar verdades santas, Sin embargo a veces se llega
a ese punto en virtud de cierto orden de los acontecimientos que conminan a
hacerlo, esto es, el acto de instituir. Quisiera retomar la pregunta para
cuestionar de qué se habla cuando se habla de la institución como concepto en
la actualidad y para eso debo remontarme a cierto pasado, a cierto origen.
Cito
a E. Laurent: “Partiendo de la acción de
instituir” (del latín instituere) en el siglo XII, aparece medio siglo más
tarde (en 1256) el sentido de “lo que es instituido”. A fines del siglo XVII y
en el XVIII el término designa lo establecido por los hombres y no por la
naturaleza; “cosas instituidas” designa el conjunto de las estructuras
fundamentales de la organización social (1790). En el siglo XX, se emplea el
término institución respecto de cada sector de la actividad social, por ejemplo
“institución literaria”, y en su empleo absoluto designa “estructuras que
mantienen un estatuto social. Del desarrollo de dichas estructuras encontramos
términos derivados como el adjetivo institucional (1933), el adverbio institucionalmente
(1950), el verbo transitivo institucionalizar (1955) con las instituciones
especializadas, en el corazón de la reorganización de la civilización por la
ciencia. El sentido de comunidad de vida lo encontramos, también desde un
principio, en la palabra instituto que designa “la regla dada a una institución
en el momento de su formación (instituto de una abadía o de un orden religioso
en 1552). Luego instituto designa ciertos cuerpos constituidos de sabios (en
1749) Instituto Nacional de Ciencias y Artes o Instituto Nacional de Francia
(en sentido absoluto, El Instituto en 1795). La idea de cuerpo constituido se
concreta en el nombre de establecimientos de investigación (Instituto Nacional
Agrónomo en 1876, Instituto Universitario de Tecnología IUT en1966) Entonces,
lo que se mantiene en pie (in-statuere) del término institución es el sistema
de reglas que rodea la comunidad de vida”[2].
La
idea de institución, entonces, hace
referencia a un conjunto de reglas que rigen una comunidad. Pero con Freud, desde
“Psicología de las masas y análisis del yo”, una institución no sería solamente
un conjunto de reglas, sino también una comunidad
de vida, o como dice Freud: “una suma
de individuos que han puesto un único y mismo objeto en el lugar de su ideal
del yo y, en consecuencia, se han identificado, en su yo, los unos a los otros”[3].
En tal sentido, habría que considerar que el lugar del Ideal en un grupo es un
lugar de enunciación, quiero decir, es un lugar desde donde se produce sentido, desde donde se enuncian
interpretaciones. El discurso de una institución es un discurso masificante, en
el sentido de que el mundo reglado que propone representa un “para todos por
igual”. Esto, nótese, es lo mismo que la ley jurídica, el para todos por igual, porque el Estado es también una institución.
Por eso institución, en realidad es
sinónimo de la masa, en la medida de
que se trata de una suma indeterminada de sujetos acomodados, relacionados o
vinculados a un ideal. Esta idea de la institución como masa, también es trabajada
por otro autor, que se llama Massimo Recalcatti (2004), en un trabajo cuya
lectura recomiendo, que se llama “Clínica del Vacío”. Y recomiendo una lectura quizás
crítica, o revisionista, si se quiere, en la medida en que por momentos puede
uno leer ahí cierto forzamiento, a lo que yo entiendo, cierta tensión, en la
que el autor pareciera verse compelido a hacer converger determinadas cosas en
una denominada clínica del sujeto en las instituciones, instancia harto
compleja de pensar. Y en otros momentos puede uno enriquecer su práctica con
aportes novedosos, creativos, muy concretos y simples, con apreciaciones en
verdad muy ajustadas y puntuales, a mi modo de ver. Por eso creo que hay que
estar atento, después de todo, no son muchos los que escriben sobre sus
prácticas, o desde sus prácticas.
En
la cárcel, por ejemplo, y retornando a la idea de institución, puede ser
también la idea “re”… de reinserción, de rehabilitación social, de
readaptación, etc., o sea, una suma de personas abocadas al trabajo de la
reinserción de otras personas a la sociedad, aunque todo el mundo sabe que,
para los que trabajan ahí dentro, esta idea bien puede ser un “como si”, una
ficción, y entonces lo que está en el ideal no es ya la reintegración a la sociedad sino, “una ficción”, así, a secas. Ya
analizaremos esto con detenimiento.
Uno
puede preguntar entonces, ¿Sobre qué premisas se sostiene entonces una
institución? Y bueno, sobre ese mundo reglado. Sin embargo, desde una lectura
psicoanalítica e intentando seguir a Freud, podemos pensar que ley, en realidad
es lo que rompe el sometimiento al ideal. Habría que explicarlo un poquito más,
pero aquí digamos nomas que se trata de una doble faz de una misma cosa. Por un
lado, comunidad de vida en torno a la
ley, y por el otro, un sujeto que se instituye como tal por el hecho de
diferenciarse, o apropiarse singularmente, de ese ideal. Porque el
psicoanálisis, en última instancia, cuestiona todo universal que se orienta a
abrochar al sujeto al campo de aplicación de la regla, toda vez que subjetiviza
esta ley, la hace cuerpo, la hace suya de un modo particular. Llevado al
extremo sería, criminología interaccionista, o crítica, o de lo social, cuando
uno habla de comunidad de vida y
criminología clínica, del sujeto, o también llamada de los bordes, cuando uno habla de lo segundo, del sujeto en su
relación con el conjunto de normas que conforman una comunidad. Aún cuando en
la práctica uno pueda considerar errónea o imposible tal subdivisión, por ser
indisociables estas dimensiones en un mismo sujeto. También es algo que
intentaremos abordar… esta extraña relación entre corriente interaccionista de
la criminología y criminología clínica.
Y
entonces ¿Cuál sería entonces el trabajo del psicólogo en la institución? Después
de lo que hemos dicho, quizás sea difícil generalizar, incluso en este punto,
donde se tiende a pensar que existe cierto acuerdo. Yo diría que el trabajo de
aquel psicólogo orientado por una escucha psicoanalítica en el marco de una institución,
debería tender a interpretar el grupo, disociarlo y remitir al sujeto que lo
integra a su relación con el Ideal. Esto es, intentar desmasificar la investidura de sugestión que presenta el grupo,
sigo a Recalcatti en esto. Este psicólogo, al mismo tiempo, se presentaría como
un sujeto que no se propone él mismo como Ideal, sino como un sujeto que tiene una relación a un Ideal. (Laurent, 1992)
En
el V Congreso Psicoanalítico, en Budapest, 1918, Freud hacía la siguiente
advertencia: “...Supongamos ahora que una
organización cualquiera nos permita aumentar del tal modo nuestro número que
seamos ya bastantes para tratar grandes masas de enfermos. Por otro lado
también es de prever que alguna vez habrá de despertar la conciencia de la
sociedad y advertirá ésta que los pobres tienen tanto derecho al auxilio del
psicoterapeuta como al del cirujano, y que las neurosis amenazan tan gravemente
la salud del pueblo como la tuberculosis, no pudiendo ser tampoco abandonada su
terapia a la iniciativa individual”. Esta advertencia se orienta a abrir
los ojos sobre los riesgos sociales que la desatención podría provocar, y
señala, además, que pasará mucho tiempo hasta que el Estado se dé cuenta de la
urgencia y de que esta obligación, en gran medida, es suya.
Aproximación
al ateneo
Fácticamente, un ateneo es un grupo de personas
reunidas por lo general en el marco de una institución, en la que se desempeñan
como actores con distintas funciones, con el objetivo de intentar compartir las
actuaciones, dialogar sobre un texto o caso, o debatir problemas derivados
directamente de la práctica y dilemas conceptuales que la misma suscita.
Retomando
esto del “texto” y del “dialogo”, el ateneo plantea al menos una noción de
comunicación, una idea de transmisión de algo que no es precisamente –o
solamente- lo que uno sabe sino lo que uno no puede resolver y que
presenta cierta incógnita, cierto enigma, no solo desde el punto de vista
clínico o profesional, como quiera que se llame, sino también desde el punto de
vista personal o subjetivo. Esto quiere decir que hay algo que en el caso hace
eco en mi subjetividad, en mi personalidad y que eso se ha mezclado con otra
serie de instancias que han hecho que el caso de una persona que atiendo se
haya vuelto ciertamente oscuro o difuso.
La
aceptación de este segundo componente que sitúo como cercano a la personalidad
de quien trabaja, de quien decide algo acerca de esa persona asistida, cercano
a aspectos internos de la persona que atiende, es fundamental. No quizás para
exponerlo abiertamente ante otros, en tanto que el ateneo no es una instancia
terapéutica de quien se ha autorizado a hablar de un caso, ni tampoco una
coerción a la exposición. Nada más contraproducente para el caso que eso. Creo
que es fundamental porque este reconocimiento muestra de algún modo un límite,
el límite del instrumento que está utilizando quien desde ese lugar de escucha.
Y este instrumento no es otro que el ser humano que deposita su cuerpo delante
del interno, del paciente, del asistido, etc. Es natural reconocer este límite
y, no solo que no es natural no reconocerlo sino que además es peligroso,
comporta, creo, una gravedad en la que ya no es previsible saber cuáles pueden
ser las consecuencias.
Yo
creo que autorizarse a hablar de un caso en el marco de un ateneo, con todas
las dificultades que puede provocar, es autorizarse en algún punto como ser
humano, es aceptarse ante otros como un ser limitado y finito, en la medida en que admito la necesidad de
otras visiones, de otras orejas que vengan en mi ayuda porque ciertamente
la mía se ha obturado en algún punto, punto
desde el cual me es difícil continuar avanzando.
Pero
lo que quiero resaltar es esta estructura
de diálogo del ateneo, esta oportunidad para hablar que, a su vez, muchas
veces instala una pausa muy necesaria en el trabajo cotidiano, sobre todo en
instituciones donde se atienden graves problemáticas, me refiero a algunos
hospitales, a algunos juzgados, a la cárcel, dispensarios, etc.
Se
puede el pensar el ateneo también a partir de la estructura de una carta, de
una misiva, de un mensaje arrojado al otro. Una carta es también un texto
dirigido a otro que contiene un fuerte componente personal, incluso
perteneciente al mundo privado de la persona que escribe. Respecto de este
otro, puede ocurrir que venga medio adormecido por su propia práctica y en una
de esas con lo que yo hablo, sin querer, le arrojo un poco de luz a su propia
práctica o a su propio adormecimiento. El ateneo como carta es también un
mensaje a ser decodificado por el que está en posición de escucha, en tanto es
él quien va a receptar este mensaje y quien emitirá alguna opinión sobre eso
que ha escuchado. Y entonces el que habla –o el que escribe, en este caso-
ocupa en realidad el lugar de el busca
una respuesta a aquello que no puede resolver.
Puede
vérselo también en el registro del comentario de un texto. Cuando uno comenta
un texto o algo que ha leído que le ha llamado la atención, en el discurrir
mismo del comentario hace una interpretación del texto y en esta interpretación
va por un lado la técnica, pero también buena parte de su subjetividad, incluso
diría, puede ir con ello cierto
componente ideológico que será necesario identificar y cuestionar. Una
ideología represora, garantista, asistencialista, quien sabe. Lo hablado dice
más que el texto, por ello es también interesante hablar de un caso. Porque lo
que se habla en un ateneo también sirve como sedimento de aquello que, no
dejándose consignar en la historia clínica, pulsa en la espontaneidad del
comentario.
Entonces,
como buscando poner de relieve la riqueza del dicho, cosa que es lo que, en otro contexto, los psicólogos
intentamos hacer con nuestros pacientes, quiero decir, que el paciente se escuche en sus propios dichos, el
ateneo es el espacio propicio donde la clínica puede cobrar valor de
acontecimiento. ¿Qué significa esto? Significa que la clínica trasciende
sobradamente el espacio de un consultorio o de la atención o asistencia o
tratamiento de una persona. Yo creo incluso que es a partir de todo aquello que
trasciende la situación de un consultorio que se hace necesario la construcción
del caso. Más adelante trataremos de ver cuales serían los elementos necesarios
para la construcción de un caso. Pero antes de pasar a eso, quisiera yo considerar
otro aspecto importante de un ateneo que es que el mismo debería funcionar con una cierta constancia,
entendiéndolo como un espacio de discusión e intercambio que posee cierta
consistencia en el tiempo, cierta frecuencia estable y respetada. Este costado, la discusión frecuente de
casos, es algo que ayuda mucho a construir la estructura del caso, ayuda a
ordenar el material y conectarlo adecuadamente con aquello que otorgaría luz al
mismo, etc. A partir del análisis de un caso específico se dilucida y se aporta
sobre la problemática que convoca.
Para ser
claro, volvamos a decirlo: el ateneo está pensado como una instancia cuya
finalidad es compartir con otros las actuaciones y debatir problemas derivados
directamente de la práctica y dilemas conceptuales que la misma suscita.
No tengo
mucho más para agregar, solo quisiera resaltar una vez más que en un ateneo se
busca profundizar las posibilidades de reflexión a partir de una actitud de
intercambio y cooperación. El compartir las experiencias que van surgiendo en los espacios de
trabajo en los que tienen lugar las prácticas y la problematización de
las mismas, permite -a través de la discusión y el intercambio- descubrir
recurrencias, elevar la mirada para un análisis más objetivo de las mismas,
resignificarlas a partir del aporte y la iluminación de diferentes perspectivas
teóricas, confrontar las propias ideas con perspectivas diferentes, etc.
Una organización
posible del material
Material clínico: las entrevistas
En esta instancia se
jerarquizan elementos clínicos relevantes recabados en los encuentros con el
paciente, el asistido o la familia que se está atendiendo.
Algunos elementos de la historia vital
Se jerarquizan algunos
elementos que tienen que ver con la historia de vida del paciente, sobre todo
aquellos que han sido problematizados por el paciente. Se intenta prestar
precisiones sobre fechas, edades, organización del grupo familiar, etc.
Planteamiento de preguntas que sugiere el caso
Se plantean los enigmas
que presenta el caso en relación a lo que el mismo ha aportado a quien se
encuentra en posición de escucha.
Prácticas y trabajo
interdisciplinario
La
presentación de casos también apunta a enriquecer las prácticas y las
relaciones con otras disciplinas presentes de la institución. Sin embargo,
habría que pensar que para poder compartir unas experiencias con otros
profesionales, deberían poder estar más o menos claras primero las pautas de
nuestro trabajo disciplinar. Me gustaría puntualizar dos o tres reflexiones al
respecto.
En primer lugar, La idea general de
una “interdisciplina” restituye la idea general de “compartir con otro”. No
es posible compartir nada con nadie si primero no se tiene dos cosas: primero
algo para dar y segundo algo para recibir. Esto es una regla básica que no
siempre se da, y sabe Dios cuanto tiene que ver con aquello que Levi-strauss
hablaba respecto del “intercambio simbólico”. Pero sin irnos quizás tan lejos,
digamos que si bien compartir
significa repartir, dividir o distribuir en partes, también significa
participar en algo en calidad de “parte”, ser una parte de algo. En realidad,
muchas veces se confunde lo que puede llamarse interdisciplina con el ejercicio de distribución del poder de los
discursos en el marco de una institución. Este enfoque, que se mantiene por lo
general a nivel de lo implícito y que se relaciona más con lo multidisciplinar que con lo interdisciplinario, apunta a “dividir”
más que a “ser parte de”, y entonces se producen fracturas entre los agentes
que ejercen ciertas disciplinas porque lo que en definitiva hay es una
anulación del discurso del otro o, para decirlo todo, un ejercicio más o menos
solapado del sometimiento y la dominación. A algunos antropólogos, como por
ejemplo a Marc Auge en un escrito que se
llama “Las formas del olvido” donde trabaja el concepto psicoanalítico de
“huella mnémica”, les sorprende a menudo nuestra mirada “psi” de los fenómenos
o del observable en el campo de lo social, y por lo general suelen reconducirla
a un reduccionismo, cuando no a una extraña clase de egocentrismo que en el
fondo no hace más que negar, de un modo quizás sutil y a vuestro criterio,
cierta porción de la experiencia. Todo esto es interesante y debe hacernos
ruido en algún lado. Todo esto, lleva a un segundo problema.
En segundo lugar, el problema del
“objeto de intervención” como “objeto complejo”. O más bien deberíamos
decir “sujeto de intervención”. Lo interdisciplinario implica plantear o
replantear el sujeto sobre el cual se interviene. Esto es, como decía al
principio, la cuestión del qué se puede dar y qué se puede recibir a los fines
de poder compartir y resolver o esclarecer aristas donde la práctica se obtura
o se vuelve oscura. Juan Dobón, decía en relación a la asistencia o atención de
niños en situación de riesgo -algo que él metaforiza bajo la expresión “un niño
en un laberinto de discursos”- que en estos tiempos de crisis subjetivas la
experiencia práctica nos demanda ciertos esclarecimientos, por ejemplo, la
cuestión interdisciplinaria. Decía entonces, replantearse “…la lógica de la interdisciplina frente a la violencia
reduccionista de las encerronas disciplinares (cuando una disciplina solo se
habla a si misma tiende sin desearlo a reproducir en alguna forma la
segregación de otras lecturas o miradas). Una mirada disciplinar es única y
excluyente. Una multidisciplinar en realidad es la sumatoria de varias miradas
pero padece de dos defectos. Por una parte insiste en la idea de un abordaje
totalizante dado que cree que existe una sola Verdad a definir. Y por otra sus
conclusiones en general solo sirven para cada disciplina pero no a la
subjetividad de quien pretendemos asistir. Frecuentemente no se pasa de este
tipo de intervenciones multidisciplinares. La interdisciplina requiere al menos
cuestionar la idea de que hay un solo método de investigación para intervenir. Luego definir sobre qué tipo
de objeto se interviene”. Este sujeto de
intervención en la práctica institucional puede entonces pensarse como un
entramado de discursos dentro del cual existe una jerarquía implícita muchas
veces reglada por la política o por el discurso imperante de un gobierno. Desde
el punto de vista del psicoanálisis, no es fácil decirlo, pero no hay mucho
para compartir en este punto, y para ser claro, quizás no queda otra que ir
como a contrapelo de esta corriente que tiende a anular la subjetividad y a
atarla a encerronas reglamentarias que ordenan las instituciones. Será
oportuno, eso sí, estar atento a los efectos de esta administración del poder,
tanto en los que trabajan como en los que son atendidos, porque sus
consecuencias pueden ser tan nocivas como imprevisibles. Quizás el lugar de quien
se autoriza a sostener una escucha orientada por el psicoanálisis esté
relacionado con aquello que, en esa operación de distribución del poder a
través de los discursos, resta y pulsa desde el interior del sujeto como
tendencia a la vida o a la muerte. ¿Qué queda del sujeto en esta operación
administrativa del poder? Sería una pregunta muy inicial y muy importante de
trabajar, supongo.
Y
finalmente, el “trabajo interdisciplinario” es también una “práctica política”,
en la medida en que la gran mayoría de las instituciones, y no solo las
públicas, estás como signadas por este relevante aspecto y resulta un trabajo adicional
y necesario poder entablar relaciones “saludables” con las otras disciplinas.
Algunas más otras menos, dependiendo también de los tiempos políticos, se
generan estructuras de poder en las instituciones, quiero decir, relaciones
basadas en el principio de sometimiento y la dominación ya sea a través de un
saber particular instituido o a través de los cargos o jerarquías institucionales
que “bajan líneas” de trabajo que tienden a anular el significado esencial de
unas u otras prácticas. Esto es un problema grave, por lo general muy negado,
muy poco hablado y extremadamente presente en lo cotidiano. En la dirección de
lo que estoy intentando plantear, Rubén Musicante, en un texto que se llama
“Duelo, muerte y desaparición” decía: “Poder
preguntarse sobre lo que la persona quiere para sí misma y los demás es el
camino que debemos transitar. Del mismo modo el asitencialismo demagógico es
una falta de respeto a la Víctimas, puesto que la cantidad excluye
inexorablemente la calidad, estableciéndose un programa pedagógico de
sustitución de dependencias que resulta perverso, con resultados a corto plazo
y sin investigaciones que las avalen. Si a esto agregamos la enorme dificultad
del trabajo interdisciplinario se establecen hegemonías judicializantes,
priquiatrizantes, socializantes o psicologizantes. Todo esto lleva a la
necesidad imprescindible de replantear el montaje de los Dispositivos Institucionales
para atender problemáticas, no de Víctimas de delitos, sino de diferentes
formas de padecer o sobrevivir a la violencia. La pérdida de la singularidad
del caso, según el método freudiano es una forma de masificación, de
imaginarización que obstaculiza los cambios que la persona esté preparada,
requiera y considere necesarios”
A modo de
conclusión
Será necesario que cada profesional
dentro de la institución admita la existencia de un laberíntico juego de
responsabilidades en el que, si es que pretende sostener un lugar y una
función, no deberá quedar atascado. Por un lado, habrá que discriminar lo que
es responsabilidad del Estado como garante de ciertas cuestiones que será
necesario destacar y poner de manifiesto en las prácticas. Por otro lado, será
necesario discriminar lo que es responsabilidad exclusiva de la Justicia
también como garante, pero de otro orden de cosas, a saber, de una
administración justa y equitativa de la ley. Y en tercer lugar, por decantación
quizás, habrá que discriminar lo que es específico de cada rol profesional en
una institución. Este ejercicio saludable de la discriminación de
responsabilidades es necesario y vital. También cotidiano y su debate es, sin
embargo, ciertamente inacabable. Al respecto, los ateneos clínicos apuntan a
instalar estos necesarios esclarecimientos a través de la restauración del
estatuto del caso en el marco de una institución. Producen, a su vez, un doble
efecto de reconocimiento profesional: por un lado ayudan al profesional a
reconocerse como tal y sostener la especificidad de su rol y por el otro,
apuntan a que otros actores sociales de la institución aprendan a reconocer su
trabajo como específico y claramente delimitado.
Por último, dos cuestiones en relación
a los psicólogos.
Por un lado, digámoslo una vez más:
existe una distancia insalvable entre la práctica clínica del psicoanálisis en un
consultorio, esto es, una “práctica privada” y la práctica del psicólogo en las
instituciones ligadas a lo jurídico, incluso aquel orientado por una escucha
psicoanalítica. Sin embargo, habría que destacar que esta segunda no es,
estrictamente hablando, una “práctica pública”, sino más bien una práctica privada en el ámbito de una práctica pública, en la medida en que
existe el secreto profesional, y por eso es que la hemos tomado por marco de
referencia. Quizás de este marco lo más importante de sostener en la
comparación de uno con otro sería que en ambos casos puede pensarse “alguien
que habla” y “alguien que escucha”.
Por otro lado, y para terminar,
remarco en esta dirección que más allá de las jerarquías institucionales o
políticas a las que pueden verse envueltos los psicólogos y psicólogas en la
actualidad, me refiero desde un jefe de servicio hasta un director de un centro
de rehabilitación o incluso de un hospital público, no debería nunca dejar de
ser un agente de salud mental, pese a que su cargo o su función en ocasiones lo
conminen a sostener prácticas que se alejen de este rol. Yo creo que deberá más
bien ejercerlo al nivel que le toque, a la altura de su grado o de su función,
incluso diría en el marco de esta práctica
imposible que es este ejercicio. Ejercer un poder en una institución es una
responsabilidad muy grande para un psicólogo. Creo yo que incluso a ese nivel
jerárquico, hay una elección subjetiva en juego en la que el “director” deberá
resolverse. Si cede a la dirección de la institución dejando de lado la
orientación de un equipo técnico, habrá seguramente consecuencias. Si se ocupa
solo del rol técnico a seguir sin tener en cuenta los rumbos de la institución,
también se notarán los efectos. Pero una triste evidencia muestra que el efecto
es aún peor si en esos dos movimientos posibles, para un lado o para el otro,
se deja de lado al paciente, al asistido, al interno o la persona destinataria
o sujeto de intervención. Esta es una lamentable tendencia que, en lo
particular, he notado a través de la manifestación de otra tendencia de la cual
partió el presente trabajo, a saber, la inexistencia del caso al interior de la
institución.
2009,
Agosto
Bibliografía
1.
LAURENT, E., (1997), “El
psicoanalista, el ámbito de las instituciones de salud mental y sus reglas” en
Revista Vertex Nº 26, diciembre 1996 – enero – febrero 1997.
2. LAURENT, E., (1999), “Institución del fantasma, fantasmas de la
institución” (1992) versión en español en Hay un fin de análisis para los
niños, Buenos Aires, Colección Diva, 1999.
3.
LAURENT,
E., “Dos aspectos de la torsión entre síntoma e institución”, en Los usos
del psicoanálisis, Primer Encuentro del Campo Freudiano, Paidós, Buenos
Aires, 2003.
4. MUSICANTE, R., “Duelo, Muerte y desaparición” en Cometarios psicoanalíticos
2, ed. Brujas, 2002.-
5. FREUD, S., (1913), “Tótem y tabú” Tomo XIII Obras Completas, Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1980.
6. FREUD Sigmund: “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) en tomo
XVIII de Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1984.
7. FREUD Sigmund: “El malestar en la cultura” (1930) en tomo XXI de Obras
Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986.
8.
PRIMER ENCUENTRO
AMERICANO DEL CAMPO FREUDIANO: Los usos del psicoanálisis, Buenos Aires,
Editorial Paidós, 2003.
[1] Me refiero a Thomas Kuhn, un
autor cuya penetración en el ámbito de la ciencia en el siglo XX produjo una
verdadera revolución en el pensamiento filosófico y en la filosofía de la
ciencia en sí. Lo central es justamente esto, Kuhn tuvo en cuenta el valor
histórico de los hallazgos de la ciencia, considerando que ello es necesario
para entender cómo se han desarrollado las teorías y para conocer por qué en
ciertos momentos unas teorías han sido aceptadas y otras no. Quizás su obra más
conocida es La estructura de las
revoluciones científicas, de 1962. En este trabajo, Kuhn considera que las
ciencias no progresan siguiendo un proceso continuo, y en esto sería comparable
quizás con Foucault, al menos en cierta época de Foucault, por aquello del discontinuismo. Hay una verificación que
se da en dos fases: en primer lugar,
el consenso en la comunidad científica,
y esto es lo interesante y a lo que pretendo hacer referencia. Este consenso,
este acuerdo de los notables, como si fuera el consejo de ancianos de nuestra
Grecia, determina el modo en que se producen los hallazgos en un momento
histórico determinado, es lo que crea o produce, el paradigma, que sería algo así como una solución universal. En segundo lugar, están las nuevas teorías y
métodos de investigación que trabajan de la forma anterior y que dejan de
funcionar. Si se demuestra que una teoría es superadora de la existente,
entonces es aceptada y se produce la "revolución científica". Hacia
el final de su vida, Kuhn cambia sustancialmente estas ideas. Quien esté
interesado, hay dos libros que abordan esta problemática bastante
detalladamente, aparte de La estructura…
Puede consultarse Pérez Ransanz, A., R., “Kuhn
y el cambio científico”, de Fondo de Cultura Económica, México, 1999. Y
también González Fernández, W., J., “Análisis
de Thomas Kuhn: Las revoluciones científicas”, de Editorial Trotta, 2004.-
[2] Laurent, E., “Dos
aspectos de la torsión entre síntoma e institución”, en Los usos del psicoanálisis,
Primer Encuentro del Campo Freudiano, Paidós, Buenos Aires, 2003.
[3] Freud, S., “Psicología de las
masas y análisis del yo”, Obras Completas, Vol. XVIII, Amorrortu editores, Bs
As., 1984.-
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