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La Madre - por Mario Federico Blanc



Sé que estas palabras están influenciadas, no podrían nunca ser del todo mías, aunque ya no sé si por Borges o por el otro. Sí sé que a ellos les debo haber conocido, quizás tristemente y a destiempo, un alfabeto otro y un calendario, también otro. Yo declaro que de esa mujer, sé poco. Unos han hablado de la descendencia, teorías del linaje, o de sus manos andando por la noche fusca de dolor físico, en la mañana o en el sol, cuando se va. Tal vez en el olor del otoño, cuando se está lejos, ella está, definida por sombras o por pensamientos ineficaces. Pero todo esto es improbable. Por mi parte, no puedo aseverarlo. Sé que unos otros han hablado también, quizás imprudentemente, de sus entrañas. A esos yo los niego de modo perentorio, nunca compartí ese arrojo, esa impostura, porque eso solo está reservado al misterio. Acaso sabe algo de ella la Historia o el Tango. O quizás las historias y algunos tangos se asomen, pausen sus relatos ante ella, al verla en el hall, paseándose inescrutablemente. Por cierto, nada saben de ella los historiadores y los tangueros, de eso estoy seguro. Desafortunadamente todo esto también es improbable. Eso no desdeña, sin embargo, que haya interpretaciones de segunda línea. A estas las han hecho algunos otros no menos imprudentes también. Ellos hablan por ejemplo, de una consistencia encriptada del pensamiento, o de teorías, que no son para nada vagas, …del movimiento de las ideas, de poderosos influjos que accionan sobre las palabras o sobre las cosas. Han intentado sistematizarlas sin suerte, pues su lógica es secreta, se trasmite de madres a hijas, dicen. Otros, un sub-tipo de aquellos, unos que son perfectamente olvidables para mi, dicen que estas teorías no son tales y que la mayoría de ellas son delirantes. Por mi parte, si me animo a evocar a la madre, a compendiar estos razonamientos para estas líneas que escribo, es porque sé acabadamente que morirán en este mismo instante. Yo suelo presentir su gesto ajado, su marca inmortal. La madre. La veo a veces como un torrente blanco. O un afecto informe. Mi saber es más que difuso en este punto, siento que no me está dado ver en esa ciénaga infinita. Sostengo, sin embargo, que en Medea hay una clave. En “La piedad” de Micheangelo, tal vez otro tanto. En Pandora, otro poco. Pero estas también son solo suposiciones.

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