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"Sobre ´El origen del mundo´ y el fin de la tragedia" Por Mario Federico Blanc

“El interés de la tragedia para el psicoanálisis será entonces la relación, la implicación y aun más, el nudo que enlaza al agente con su acto. A partir de su efectuación ya no podrá distinguirse si es agente o efecto de un acto que lo sobrepasa, que lo posiciona en una trama de la que querría escapar y no obstante en su escape se encarcela”.

               Bernasconi, E.,
“La tragedia del deseo”, 2008.-
  
       Vez pasada ha sido leído, en otra instancia de extensión, un texto de mi autoría.
No ha sido en vano, al menos para mí, tratar de pensar que uno se puede perder, dadas así, como están las cosas. En última instancia, para ser justos, no se puede decir que uno se pierda en cualquier lugar ni en cualquier momento. Podría uno perderse, claro está, pero no en cualquier parte o en cualquier lugar. Por eso, intenté situar, si han leído el texto que quedó, a la angustia como homólogo de un “sentimiento de pérdida”, a la manera freudiana que, de algún modo, delimita nuestro campo de trabajo como profesional “psi” dentro del ámbito carcelario. A partir de ahí, uno podría pensar varias cosas.
En primer lugar, puede uno perderse en cierto origen, al preguntarse cómo ocurrieron las cosas, y perderse, no saber. “y bueno, no sé, las cosas ocurrieron…” Aquella vez, hablábamos del “sentimiento de pérdida”, y hoy no vamos a decir que se trata de perderse en el origen del hombre, o del Génesis, de la onto o filo-génesis. Pero sí hablaremos haremos referencia a cierto origen. Tampoco vamos a hablar del origen del lenguaje o de la lengua o ni mucho menos de si era o no era el mono retardado, evolutivamente  retardado, el que nos precedía.
Digo simplemente por ahora perderse en cierto origen…
Sin embargo, si bien se puede uno perder en cierto origen de las cosas, yo no sabría decir si es común, si es frecuente, si es habitual, que “el hombre”, así, entrecomillado, se pierda. Digo, no es lo más común perderse en este cierto origen, que el origen se transforme para este hombre del que les hablo en la gran pregunta que lo interpela, en el gran enigma de la vida, etc. Eso es un primer punto, primera incógnita.
Segundo punto, subsidiario del anterior: es más común, -pienso en este sujeto impersonal, masificado, contemporáneo, consumidor, no en el marco de la concepción de sujeto que intentamos pensar, la ganancia, el hombre que busca ganar. La ganancia, así, a secas. Pero la ganancia también en el sentido de ganancia de placer, de poder, de libertad, de dinero, de bienestar, a cualquier precio, un puro devenir cada vez más gordo, de acumulación, hasta que parezca un lechón y reviente. Ganar, hay que decirlo, en el marco de una concepción escasamente histórica de lo social, ganar en la fugacidad del hoy, ganar en el veloz ritmo del mundo actual, tal cual le llaman y tal como se nos aparece ante nuestros ojos. Creo que eso es lo más frecuente, la tendencia a la ganancia.
De todas maneras, y este parece ser nuestro tercer punto, siempre hay los que por no ganar, pierden o se pierden, y los que tras tanto ganar, terminan perdiendo o se terminan perdiendo, los que fracasan cuando triunfan... Esto es, contra la pretensión de Pity Alvarez, porque las pilas también se acaban, la pérdida a la que hacemos referencia y de la que intentamos hablar. No se trata aquí de una probabilidad numérica. Así y todo, no es seguro que de esta posición, si me puedo expresar así,  devenga cierto sentimiento de pérdida, según hemos podido plantear a partir de lo que escuchamos y de lo que leemos.
Entonces, siguiendo esta línea, yo no podría afirmar que siempre, tras la ganancia de placer, tras el exceso, tras la caravana, la exuberancia, tras la plétora de todas las fiestas, haya, o pueda haber, el mentado territorio de la pérdida, ese del cual hablé la vez pasada, esa fracción de vida y de muerte conjunta que intentamos definir y de la que a veces tenemos noticia a través de nuestros síntomas y actos. Quiero decir, no siempre tras la ganancia de placer aparece el síntoma, sino la queja, y con suerte, el malestar. El malestar y el síntoma son dos cuestiones muy diferentes. Algunos de nosotros están en mejor posición para reconocer esta diferencia que no es para nada sutil, hay un abismo entre una y otra cosa. Uno debería plantear las cosas más bien diciendo, no solo el territorio, que alude a cierta espacialidad, sino también “el momento” de la pérdida, el momento en que perdí, esto es, una temporalidad. Espacio y tiempo. Les hablé también de esta cierta temporalidad, a propósito del valor de la historia, tanto de la historia de vida como de la historia en sentido amplio.
Por lo demás, digámoslo de una vez, en la cuestión del sujeto de la ganancia no se trata solo de puras conjeturas sociologizantes, y necesitamos retornar sobre un punto que no siempre está tan presente en la práctica de los psicólogos, a saber, la clínica, la escucha del sujeto, el sujeto tal como lo concebimos o tal como se nos aparece ante nosotros. Me refiero a ese sujeto que habla, que está hablando continuamente, que es hablado por otros, que escucha, que pide ser escuchado, etc. Ya en este campo y en esta función, el de la palabra y del sujeto, yo solo puedo afirmar, tristemente quizás que, con Freud, es infrecuente que el hombre desee, adentrarse en el intríngulis entre ganar o perder. Cuando digo territorio de la pérdida me refiero a la posibilidad de un síntoma, lo que no es otra cosa que un llamado a la interpretación de sí mismo. En todo caso, en este triste juego de fuerzas, acaso el fantasma es testigo de esto, en el cual un sujeto busca zafarse cual Hudini de sus candados, de las amarras del ser, muy probablemente esté en juego la libertad, la idea de libertad o la libertad como posibilidad, cuarto punto. Y no olvidemos que es el mismísimo Hudini el que se ponía esos candados, acaso, para convocar a un otro…


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