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Slavoj Žižek acerca de Grecia: es una oportunidad para que Europa despierte

El texto aparece titulado como "Slavoj Žižek on Greece: This is a chance for Europe to awaken", editada por New Statesman y fechada el 6 de julio de 2015. Ha sido traducida por Hugo López-Castrillo. El estudioso afirma que la actitud de este país amenaza a toda la Comunidad Europea.


          Art & Language, Flags for Organizations, 1978



Art & Language, “Flags for Organizations”, 1978

Los griegos tienen razón: la postura de Bruselas al defender que no hay una cuestión ideológica de fondo es ideología en su máxima expresión –y sintomático de nuestro proceso político.

La insospechada fuerza del No en el referéndum griego fue un voto histórico fraguado en una situación desesperada. Habitualmente recurro en mi trabajo al conocido chiste de la última década de la Unión Soviética sobre Rabinovitch, un judío que quiere emigrar. El burócrata de aduanas le pregunta por qué, y Rabinovitch responde: “Hay dos razones. La primera es que temo que los comunistas pierdan poder en la Unión Soviética, y la nueva autoridad nos culpará de todos los crímenes comunistas a nosotros, los judíos –volverán los pogromos antijudíos…”

“Pero –le interrumpe el burócrata–, eso es un sinsentido absoluto. Nada cambiará en la Unión Soviética, ¡el poder de los comunistas durará para siempre!”.

“Bueno –responde Rabinovich amablemente–, esa es mi segunda razón”.

He oído que hay una nueva versión de este chiste circulando por Atenas. Un joven griego se acerca al consulado de Australia en Atenas para pedir un visado de trabajo. “¿Por qué quiere marcharse de Grecia?”, le pregunta el funcionario.

“Por dos razones –responde el griego–. Primero, temo que Grecia salga de la Unión Europea, lo que traerá más pobreza y caos al país…”

“Pero –le interrumpe el funcionario–, eso es un sinsentido absoluto: ¡Grecia permanecerá en la Unión Europea y se someterá a la disciplina financiera!”

“Bueno –responde el griego amablemente–, esa es mi segunda razón”.

Parafraseando a Stalin podríamos preguntarnos si cualquiera de las opciones no será la peor.

Ha llegado la hora de superar los debates estériles sobre posibles errores y faltas de juicio del gobierno griego. Hay demasiado en juego.

El hecho de que en las negociaciones entre Grecia y los mandatarios de la UE siempre se eluda una fórmula de compromiso en el último momento es profundamente sintomático en sí mismo, ya que en el fondo no depende de cuestiones financieras –en este punto la diferencia es mínima. Por lo general la Unión Europea acusa a los griegos de hablar solamente en términos generales, de lanzar vagas promesas y no entrar en detalles concretos, mientras que los griegos acusan a la Unión Europea de querer controlar hasta el más mínimo detalle y de imponerle a Grecia unas condiciones más duras que las que se aplicaron al anterior gobierno. Sin embargo, lo que se esconde tras estos reproches es otro conflicto de mayor calado. El primer ministro griego, Alexis Tsipras, dijo que si se reuniese en privado con Angela Merkel para cenar habrían encontrado una fórmula en un par de horas. Su argumento era que, a diferencia de dirigentes tecnócratas como Jeroen Dijsselbloem, el presidente del eurogrupo, entre Merkel y él, ambos políticos, el conflicto se trataría como si fuese una cuestión estrictamente política. Si hay un villano por antonomasia en esta historia, ese es Dijsselbloem, cuyo lema es: “Si me metiese en el fondo ideológico de las cosas, nunca conseguiría nada”.

Esto nos lleva al punto crucial del asunto: Tsipras y Yanis Varufakis, el anterior exministro de Finanzas que dimitió el pasado 6 de julio, hablan como si formasen parte de un proceso político abierto donde las decisiones, en última instancia, fueran “ideológicas” (esto es, fundadas en preferencias normativas), mientras que los tecnócratas de la UE hablan como si todo fuese un problema de medidas de regulación específicas. Cuando los griegos rechazan este planteamiento y defienden cuestiones políticas fundamentales, se les acusa de mentir, de evitar soluciones concretas, etc. Y está claro que aquí la verdad está del lado griego: el rechazo del “fondo ideológico” que pregona Dijsselbloem es ideología en su máxima expresión. Ideología que se disfraza de (o que se presenta falsamente como) medidas reguladoras puramente técnicas, que evidentemente están fundadas en decisiones político-ideológicas.

Como muestra, un botón: el “diálogo” entre Tsipras o Varufakis y sus colegas de la UE a menudo se parece al diálogo entre un estudiante joven que quiere mantener un debate serio sobre cuestiones básicas, y un profesor altivo que, con sus respuestas, ningunea dichas cuestiones y reprende al estudiante con razonamientos técnicos (“¡No lo has formulado correctamente! ¡No has tomado en cuenta tal o cual regulación!”). O incluso como el diálogo entre una víctima de una violación que, desesperada, denuncia lo que le sucedió, y un policía que le interrumpe constantemente para preguntarle detalles administrativos.

Este desplazamiento entre la política propiamente dicha y una gestión técnica neutra es el que caracteriza la tónica de nuestro proceso político en su totalidad: hay un aumento extraordinario del número de decisiones estratégicas tomadas desde el poder que se disfrazan como regulaciones administrativas basadas en la neutralidad del conocimiento de los expertos, regulaciones que se pactan cada vez más en privado y se ejecutan sin plebiscito democrático. La lucha que se está lidiando es la lucha por el Leitkultur (el referente cultural) económico y político europeo. Los poderes de la UE salvaguardan el statu quo que ha mantenido en la inercia a Europa en las últimas décadas.

En sus Notas hacia una definición de la cultura, el gran conservador T.S. Eliot declaró que hay momentos en los que tan solo se puede elegir entre la herejía o la no-creencia, por ejemplo, cuando la única forma de mantener viva una religión es llevar a cabo una escisión sectaria del cadáver central. Esta es nuestra posición con respecto a Europa a día de hoy: solo una nueva “herejía” (representada en este momento por Syriza) puede salvar aquello que más merece la pena preservar del legado europeo: democracia, confianza en el pueblo, solidaridad igualitaria. La Europa que vencerá con el sometimiento de Syriza es una “Europa con valores asiáticos” (que, huelga decirlo, nada tiene que ver con Asia, sino con la clara tendencia actual del capitalismo contemporáneo a suspender la democracia).

* * *

En Europa Occidental solemos estimar a Grecia como si fuésemos observadores externos que siguen con simpatía y compasión los apuros por los que pasa una nación arruinada. La comodidad de esa postura viene dada por una ilusión funesta –lo que ha sucedido en Grecia en las últimas semanas nos concierne a todos; lo que está en juego es el futuro de Europa. Por lo tanto, cuando leemos acerca de Grecia, deberíamos tener muy presente, como dice el viejo refrán, que mutato nomine, de te fabula narratur (si cambias el nombre, la historia habla de ti).

Hay un ideal que está surgiendo progresivamente de la reacción del establishment europeo al referéndum griego, un ideal que queda perfectamente representado por el titular de una reciente columna de Gideon Rachman en el Financial Times: “El eslabón más débil de la eurozona son los votantes”.

En ese mundo ideal, Europa se deshace del “eslabón más débil” y los expertos se alzan con el poder para imponer medidas económicas necesarias sin necesidad de dar rodeos –en el supuesto de que haya elecciones, su función será simplemente confirmar el consenso de los expertos. El problema es que esta orden de los expertos está basada en un mito, el mito de “extender y pretender” (extender los plazos de devolución de la deuda y pretender que con el tiempo se liquidarán todas las deudas).

¿Qué tiene el mito de retorcido? No solo hace que los votantes alemanes acepten de buena gana la extensión de la deuda; tampoco se trata únicamente de que la quita de la deuda griega pueda desencadenar peticiones similares por parte de Portugal, Irlanda o España. El asunto es que los que ostentan el poder, en el fondo, no quieren que la deuda se devuelva en su totalidad. Los acreedores y gestores de la deuda acusan a los países hipotecados de no albergar suficiente sentimiento de culpa –se les acusa de considerarse inocentes. Esa reprimenda encaja perfectamente con lo que el psicoanálisis denomina “superyó”: la paradoja del superyó es que, como apuntó Freud, cuanto más obedecemos sus órdenes, más culpables nos sentimos.

Imagínese un profesor perverso que encarga tareas imposibles a sus alumnos y luego se mofa sádicamente de ellos al ver su ansiedad y su pánico. El objetivo real de prestarle dinero al deudor no es reembolsar el importe junto con un beneficio añadido, sino prolongar indefinidamente la deuda que mantiene al deudor en permanente dependencia y subordinación. Esto es así para la mayoría de los deudores, pues hay deudores y deudores. Grecia, y Estados Unidos también, serán incapaces, incluso teóricamente, de liquidar su deuda, como ya se ha reconocido públicamente. Así pues, tenemos que hay deudores que pueden sobornar a sus acreedores porque no se les puede permitir quebrar (los grandes bancos), deudores que pueden controlar las condiciones de su devolución (el gobierno de Estados Unidos), y, por último, deudores a los que se les puede coaccionar y humillar (Grecia).

Los acreedores y gestores de la deuda básicamente acusan al gobierno de Syriza de no sentir la suficiente culpa –se les acusa de sentirse inocentes. Eso es lo que en el fondo le molesta al establishment de la UE sobre el gobierno de Syriza: que admite la deuda, pero no la culpa. Se han desembarazado de la presión del superyó. Varufakis ha personificado esta actitud: reconoció en su totalidad el peso de la deuda, y muy razonablemente defendió que, dado que los preceptos de la UE obviamente no habían funcionado, había que encontrar otra solución.

Paradójicamente, el argumento que una y otra vez sostienen Varufakis y Tsipras es que el gobierno de Syriza es la única garantía para que los acreedores recauden al menos una parte de su dinero. El mismo Varufakis se pregunta sobre el enigma de por qué los bancos estuvieron inyectando dinero en Grecia y colaborando con un Estado clientelar cuando sabían perfectamente cómo estaban las cosas –Grecia nunca se habría endeudado tan extraordinariamente de no ser por la connivencia del establishment occidental. Bien sabe el gobierno de Syriza que su mayor amenaza no viene de Bruselas –reside en la propia Grecia, un Estado corrupto clientelar sin parangón. De lo que habría que culpar a la burocracia de la UE es de que, mientras criticaba a Grecia por su corrupción e ineficacia, estaba avalando a la misma fuerza política (el partido Nueva Democracia) que encarnaba dicha corrupción e ineficacia.

El gobierno de Syriza aspira precisamente a salir de ese punto muerto –véase la declaración programática de Varufakis (publicada en The Guardian) que define el objetivo estratégico primordial del gobierno de Syriza:

Una salida de Grecia, Portugal o Italia de la eurozona pronto derivaría en la fragmentación del capitalismo europeo, lo cual consolidaría una región excedente y seriamente recesiva al oeste del Rin y al norte de los Alpes, mientras que el resto de Europa quedaría sumida en un círculo vicioso de estanflación. ¿Quién creéis que se beneficiaría de este proceso? ¿Una izquierda progresista que nacería cual Fénix de entre las cenizas de las instituciones públicas de Europa? ¿O los nazis de Amanecer Dorado, el repertorio de neonazis, xenófobos y violentos? No me cabe ninguna duda sobre quién de los dos se beneficiaría más de la desintegración de la eurozona. Personalmente, no me siento preparado para traer una bocanada de aire fresco a las velas de esta versión posmoderna de los años 30. Si ello significa que nosotros, los marxistas convenientemente erráticos, somos los que debemos tratar de salvar el capitalismo europeo de sí mismo, que así sea. No por amor al capitalismo europeo, a la eurozona, a Bruselas o al BCE, sino solamente porque queremos minimizar el innecesario daño humano de esta crisis.

Las políticas financieras del gobierno de Syriza siguieron muy de cerca estas pautas: acabar con el déficit, imponer una disciplina férrea, aumentar la recaudación fiscal. Recientemente, algunos medios alemanes caracterizaron a Varufakis como un psicótico que vive en un universo propio, completamente diferente al nuestro –¿acaso es tan radical?

Lo verdaderamente irritante de Varufakis no es su radicalismo si no su pragmática modestia racional –si se miran de cerca las propuestas ofrecidas por Syriza, uno en seguida repara en que una vez fueron parte de la agenda modelo de los socialdemócratas moderados (el programa del gobierno sueco en los años sesenta fue mucho más radical). Es una triste señal de nuestro tiempo que hoy haya que pertenecer a la izquierda “radical” para defender esas mismas medidas –señal de tiempos oscuros, pero también una oportunidad para la izquierda de ocupar el espacio que décadas atrás defendía el centro-izquierda moderado.

No obstante, el mantra una y mil veces repetido sobre cuan modesta es la política de Syriza, que no es más que vieja socialdemocracia de la buena, es posible que de algún modo olvide su objetivo –como si, a fuerza de repetirlo, los eurócratas por fin fueran a darse cuenta de que no somos peligrosos y nos fueran a ayudar. Por supuesto que Syriza es un peligro, supone una amenaza a la orientación actual de la UE–, hoy día el capitalismo global no se puede permitir una vuelta al viejo estado de bienestar.

Así pues, hay algo de hipócrita al reiterar lo modesto que es el objetivo que Syriza persigue: realmente persigue algo que no es posible en las coordenadas del sistema global existente. Habrá que tomar una decisión estratégica importante: ¿qué pasaría si ahora se quitase la máscara y abogase por un cambio mucho más radical, necesario para garantizar una modesta mejora?

Mucha gente que es crítica con el referéndum griego sostiene que no es más que un caso de pura pose demagógica, comentando con sorna que no quedaba demasiado claro el propósito del referéndum. En cualquier caso, el referéndum nada tenía que ver con el euro o el dracma, ni con la cuestión de Grecia dentro o fuera de Europa: el gobierno griego había expresado repetidamente su deseo de permanecer en la UE y en la eurozona. Una vez más, los críticos, tradujeron automáticamente la cuestión política fundamental del referéndum como una consulta administrativa acerca de medidas económicas concretas.

* * *

En una entrevista concedida a Bloomberg el 2 de julio, Varufakis dejó bien claro lo que el referéndum ponía en juego. Había que elegir entre la continuidad de las políticas de la UE de los últimos años, que habían llevado a Grecia al borde de la ruina –el mito de “extender y pretender” (extender el período de devolución, pero pretendiendo que todas las deudas se irían a pagar en algún momento)– y un nuevo comienzo realista que no se sostendría en tales mitos y que propondría un plan concreto para iniciar la recuperación de la economía griega.

Sin un plan como ese, la crisis simplemente se reproduciría una y otra vez. Ese mismo día, incluso el FMI admitió que Grecia necesitaba una quita de la deuda a gran escala para darle “un respiro” y que la economía pudiera ponerse en marcha (propone una moratoria de 20 años en los pagos de la deuda).

El No en el referéndum griego, por tanto, fue mucho más que una simple elección entre dos enfoques distintos de la crisis económica. El pueblo griego ha resistido heroicamente una deleznable campaña del miedo que ha movilizado los instintos más bajos de auto-conservación. Han visto más allá de la manipulación brutal de sus adversarios, los que falsamente presentaron el referéndum como una elección entre el euro y el dracma, entre Grecia en Europa y “Grexit”.

Ese No suyo es un No a los eurócratas que día tras día demuestran su incapacidad de sacar a Europa de su inercia. Fue un No a la continuidad de lo de siempre; un llanto desesperado que nos dijo que las cosas no pueden seguir como están. Fue una decisión en favor de la visión política auténtica y contraria a la extraña combinación de fría tecnocracia y candentes clichés racistas sobre esos griegos vagos que disponen de gastos pagados. Fue una victoria inusitada de los principios frente al egotista y, a fin de cuentas, autodestructivo oportunismo. Ese No vencedor fue un Sí a la conciencia plena de la crisis en Europa; un Sí a la necesidad de promulgar un nuevo comienzo.

Ahora le toca actuar a la UE. ¿Será capaz de despertar de su inercia autocomplaciente y comprender la señal de esperanza lanzada por el pueblo griego? ¿O desatará su ira contra Grecia para poder prolongar su dogmático sueño?

Slavoj Žižek

6 de julio de 2015

Fuente: Slavoj Žižek, Slavoj Žižek on Greece: This is a chance for Europe to awaken, New Statesman, 6 de julio de 2015. Traducción de Hugo López-Castrillo.

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