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De la fundición


Usualmente durante mis vacaciones de verano transito el descanso. No suelo viajar cuando descanso, dado que viajo mucho cuando trabajo. En estos períodos de receso, suelo transitar, alternadamente con menudos divertimentos, obligaciones ciudadanas y deberes familiares, …y el aburrimiento. Este aburrimiento se me presenta también a veces cuando enfermo, por períodos más o menos prolongados. Es el momento en que logro pensar, intentar pensar lo que pasa, lo que me pasa, etc. Durante las vacaciones del 2008, por caso, en medio de una conjunción de todas esas cosas, comencé a jugar con ideas inconexas y con el teclado de la computadora, de lo que nació El barco de Teseo, un Blog que con el tiempo aprendí a manejar, en sentido informático. Tenía una idea informe sobre lo que quería hacer, era más bien solo un jugar. No obstante, el formato Blog, me pareció muy interesante, las posibilidades que ofrecía, en principio las posibilidades de acotar no solo mi aburrimiento sino también mi sufrimiento y otros derivados. Comencé también a investigar e incluso imitar algunas cosas de otros Blogs. Los recorría, analizaba sus contenidos, tomaba ideas de otros y las usaba todo alternado en los períodos en que no trabajaba tanto. Advertí que había blogs de todo y para casi cualquier cosa, y en tal sentido me pareció que las temáticas tratadas eran bastante libres. Algunos de ellos tenían “suscriptores” o “seguidores”, gente que se sumaba a una propuesta determinada y que participaban con comentarios, gente que recibía las actualizaciones de esos blogs, etc. A mi eso no me atraía para lo mío, me interesaba como fenómeno porque me hacía pensar en esa forma de “contacto” con el otro que tenían o tienen algunas empresas de mi país, por caso las telefónicas, que trabajaban con la idea de un “cliente cautivo”, un cliente que no puede elegir una vez que ya eligió, o que puede elegir dentro de la gama de servicios, siempre acotada, que le ofrece esa misma empresa. Ese cliente, adhiere a algo a lo que luego le es casi imposible renunciar, o si quiere cambiar, es entregado a sortear, si así lo quisiese, una larga serie de obstáculos para poder hacerlo. Gente común, no empresas, optaban en algunos casos por estas formas de “contacto”, con el otro. A mí me parecía y me parece un horror. Por el contrario, a mi me seducía ese anonimato, el paseador incauto, o ese navegante errante, que va paseando por el ciberespacio, acaso dejándose de llevar, “navegante no logueado”, sin “sign up”, etc. Ese secreto en el que uno advierte aquello que le llama la atención, sin compromiso de dejar seña de su paso por ese espacio. Pasear… desprevenidamente, por lo que a uno le interesa y por lo que hace que a uno le interese. La idea mía, naturalmente, nace del combate cuerpo a cuerpo contra mi aburrimiento y un día parte de ese aburrimiento, se trasformó en un paseo, como a quien anda por determinado lugar que le gusta, y entonces comienza a disfrutar. Así, se creó El Barco de Teseo como un lugar, un lugar donde pasear… o navegar. Por otra parte, yo tengo especial predilección por la escultura, en particular aquellas que son el resultado de un proceso de fundición de metales. En el horno van todos esos materiales que son las partes que se van recogiendo en el camino, en el transitar, en el pensar, que se acumulan en un rincón hasta que llegue su momento. Estos materiales están ahí, expectantes, no son nada para nadie, nadie los ve ni los quiere, acaso desperdicio, basura. Nadie ve en ellos su posibilidad. Solo el escultor, su ojo, su sentir, su subjetividad, su idea, su trabajo los puede ver de modo distinto, puede ver más allá de ellos. Cuando su momento llega, ellos están entregados, o se entregan, si se quiere. Nada más terrible !! Pierden su forma, su textura, su temperatura, su color… se mezclan gracias al fuego y al aire controlados delicadamente, mediante un saber. Nuevamente, el escultor conoce las medidas, cuanto aire, cuanto fuego. El objeto, el concepto del objeto ahí es fuego y aire, es pura acción incesante, un instante sublime. La arena, los moldes reciben la propuesta, están en consonancia con ellos, son los hacedores de realidad, los que contienen ese flujo humeante. Solo ellos pueden hacerlo, solo ellos. Fueron pensados para ellos, para recibirlos así, en ese estado. Es un proceso de transformación armonioso y secreto, intimo. La nueva forma se ve, queda el revés del molde que se rompe en el instante en que nace la belleza, nacimiento, creación, instante de lo bello. Yo siento que un poco eso es, en suma, la idea de este espacio, El barco de Teseo, una fundición. Ahora la escultura está ahí. Yo paseo por entre ellas, recojo sus imágenes, las toco, que me hacen sentir y pensar. Transtorman mi realidad, sin cerrar el sentido, sin decir lo que es, me entregan abiertas su cosmovisión y el mundo entonces es lo que ellas aportan. Lo que me abrevan, lo que me sugieren. Yo me limito a transmitir sus visiones, retraducidas por esto que soy yo que no es otra cosa que lo que ellas han hecho de mi. Soy parte, así, del mundo que ellas han creado a través de mi. Solo así puedo entender que soy responsable de mi, en la medida en que soy su consecuencia. El barco… es un horno de fundición.

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