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El envés de la luz

No hay nada que buscar ahí donde se perfilan las garras de la voluntad. He considerado que un designio tal, solo podría pensarse a partir de un hombre atroz, sin alma, que se adentra en un hacer tonto o apasionado por el infortunio. Yo no reniego de ese hombre, porque su existencia es evidente, opaca pero insistente, poco ilustre, tal vez demasiado occidental. Me pregunto como miraría Levinas a este hombre. He comprendido con dolor que las cartas de la voluntad no son las mismas que las de la historia. Me agobia el rostro angustioso del otro, mi propio reflejo en el agua. Con los años he llegado a afirmar que el designio de un hombre acaso sea una cifra oculta en un universo infausto, privado, un señuelo, ese rostro que me circunda a veces tan piadosamente y otras tan poco apacible, aunque poco importa la forma. Yo puedo intuir los huecos de la historia, los tambores de la sangre, los túneles de la niñez en mi cuerpo una y otra vez, en la ausencia, en la soledad, en tu soledad, porque son seres locos que bajo la norma voraz de las plebes, hacen frente a esta terrible oscuridad... son el envés de la luz.

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