Una arquitecta me decía que debe
haber algo de primitivo en eso de construir, sino no estaríamos todos detrás de
una pala o de unos ladrillos haciendo una casa con la mano propia (sic). Es
probable, pensé yo… un primitivismo, una autoprotección originaria, cómo
decirlo. Procurarse cobijo, cobijar a otros, como si lo estuviera pensando a
partir de la vida instintiva, entiendo que era el sentido que ella le estaba
dando a su interrogante, del cual yo era solo testigo. No puedo saberlo si es
así. Es probable, como dije. Podría aportar que un hombre que mira al
horizonte, se encuentra al menos en tres lugares: por un lado este hombre
habita en el punto de fuga, donde se pierde la mirada, por otro lado en el ojo
del que mira, o sea, el que observa y en tercer lugar, en la diferencia entre
ambos, una especie de tercer ojo, que hace que, en esa triología se constituya
el sujeto. Los orientales llaman “tercer ojo” al de la sabiduría, pero lo
disocian de los otros dos, por eso es una espiritualidad lo que plantean. El deseo
se organiza en torno al punto de fuga, pero no es sin los otros dos. Dicho de
otra manera un hombre es la diferencia entre el horizonte que proyecta a partir
de si y si mismo. Determinados objetos hacen patente el hombre, quiero decir, esta
diferencia, en los objetos trascendentales de lo cotidiano, puede haber, la
diferencia. Lo que ella decía, lo que ponía en palabras, era, para mi… que hay
una relación entre el deseo y el hombre que lo habita.
Una idea mía que nació sin forma y actualmente, no tiene forma
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