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Buendía, Dahlmann y Teseo

a René Favaloro, (In Memoriam) a 19 años de su desaparición.
La decepción por el mundo exterior llega cuando algo "en el afuera" sólo genera tristeza. El Coronel Aureliano Buendía (Cien años... ), por caso, fabricaba pescaditos de oro para luego fundirlos repitiendo esta operatoria una y otra vez hasta su muerte. Esta acción revela, aparte de este extrañamiento del mundo exterior, cierta circularidad de las cosas, como si todo estuviera destinado a desaparecer y luego a aparecer, eternamente. Nada cambia. El punto es que hay la circularidad pero también hay lo que no lo es. Hay lo que reaparece como siendo siempre lo mismo y lo que aparece como otro. Para decirlo de otro modo, de repente te pegas en la cabeza con el postigo de una ventana bajando las escaleras de la biblioteca donde trabajas, cómo le pasó a Juan Dahlmann (Sur) y de entonces el destino cambia, o no existe. Cambia el curso de las cosas. Ya no es el mismo pescadito (Aureliano y la determinación externa) sino el azar (Juan y la no determinación). Así las cosas, en el lugar de lo que estaba no aparece "lo mismo" sino "algo otro". Esa, no es otra cosa que la estrucrura del duelo en Freud. El duelo quiebra con la idea de circularidad convirtiéndola en una especie de espiral ascendente o tal vez la idea de un laberinto en cuyo centro hay algo que se desconoce pero de seguro es algo nuevo. Sea como sea tanto Aureliano como Dahlmann reflejan algo de lo "transitorio" del mundo pero en distintos sentidos. Borges, sitúa este punto alrededor de la idea de un cuestionamiento alrededor del destino, esto es, hay un acontecimiento externo, a saber, "el golpe en la cabeza", que cambia el curso de las cosas. Donde él puntúa, no es el famoso "de repente pasa algo" sino algo que de repente el sujeto "hace algo con eso que pasa" y que eso que pasa es por completo aleatorio. De alguna manera Borges es subjetivisa en este punto. El coronel, por el contrario, no parece hacer nada con eso. O mejor dicho, hace siempre lo mismo. Subyace aqui, en ambos casos, una concepción de "acto". En el primer caso es hacer algo y en el segundo hacer nada. Teseo, un tercero en cuestión, opera "por sus propios actos", lo cual es bien distinto de los casos anteriores. Si bien actúa a causa de acontecimientos externos, esto es, el barco que se va rompiendo, es él quien "hace algo con eso". Al igual que Dahlmann, él mismo se vuelve otro. En Aureliano no es así. Si es que hay acontecimiento externo, él no lo percibe como tal. Lo que reaparece en Aureliano no es "lo nuevo" o "lo otro" en sentido estricto, sino "lo mismo", una y otra vez. Tal vez ahí radica el nudo de la novela. De algún modo, Aureliano mas dice por su inacción, o tal vez entiende el destino como algo fijo. Es que para él, justamente, es el mundo exterior prácticamente no existe. Aureliano sería una especie de psicótico. Poco importa. Muere orinando el castaño del patio. Muere (dios me perdone) como no siendo nada. No obstante, algunos ven ahí no sé que dignidad militar de la derrota. Pero lo cierto es que si el mundo exterior para él no existe, tampoco existe la decepción sobre el mismo. Juan, por el contrario, es un hombre preocupado por el tiempo. (Aureliano es fijado a sus pescaditos) que de algún modo desafía su fijeza. Eso lo vuelve un hombre. Y finalmente muere como muere un hombre, al nivel de su condición. Logra torcer las cosas, tal vez esa sea su virtud. Es un hombre en sentido de la modernidad. Teseo, rey de Atenas, no es un hombre preocupado por el tiempo ni mucho menos preocupado por sí mismo. Ni siquiera es un hombre de su tiempo. No se podría decir que es un hombre en sentido carnal. Es un ser, o acaso un héroe mítico, cuya condición se encuentra literalmente más allá de la condición humana, hecho que lo ubica más acá de la misma, una condición, para decirlo todo, atada al vínculo con el otro... atado por una vena al otro. Teseo "es" según el vínculo con el otro. Esa es la única, gran y sutil diferencia con aquellos. Teseo recuerda a vos.

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