Ir al contenido principal

Piélago

El sujeto, es su consecuencia. Como una triste evidencia de nuestra época, se ve aparecer en el horizonte de lo social, pero también en el cuerpo, en la sangre, en el alma, etc. el rostro duro de la violencia.  Ante este rostro, amenazante, desubjetivante, alienante, retrocedemos impávidos mientras el nuestro se transforma, se vuelve sobre las sombras, se ciñe. Pero, ¿vemos con claridad? Este rostro malo no se aleja, viene de frente,  aparece y desaparece, luego parece que se va, y entonces aparece por detrás, luego por arriba, desde abajo. También desde adentro, para afuera y al revés. Un rostro que nos mira y nos implica. ¿Está dentro de mí? ¿Dónde está? Entonces el miedo, entonces la paranoia, entonces la desesperación, y comprendemos que el espacio y el tiempo nos han acorralado, se han vuelto otra cosa de lo que eran y ya no podemos pensar. Hasta que, en la soledad, nos encontramos siendo interpelados por el concepto mismo de “responsabilidad”, con todas sus variantes, sus tretas vacías y las que no lo son, desde sus orígenes más oscuros y profundos hasta los más cotidianos y aparentemente superfluos. Cuando vemos aparecer el rostro impiadoso y torturador de la violencia, es el pensamiento el que desaparece, el pensamiento como acto fundador de la vida. El horror, es la desaparición del pensamiento. En ese instante, que puede ser eterno, hay un “fuera del tiempo”, hay el olvido, vemos desaparecer lo bello, nuestras conquistas se esfuman como agua entre los dedos, como la burbuja. Vida corta, vida que se corta, corta vida ¿qué significa?  …el rostro precioso y divino de la vida se apaga… se vuelve difuso, otras veces se aleja, parece que se acerca. Pero, nuevamente, ¿vemos con claridad? Otras veces el rostro de la vida se quiebra irreparablemente y entonces un mar de lágrimas… infinitud. Otras, mil otras, y para nuestro inmenso dolor, el rostro de la vida se evapora cual si nunca hubiera existido, rostro sin rastro, rostro sin huella, rostros sin rasgos, y en su lugar… una eternidad vacía, una herida incalculable. Es ahí donde no hay movimiento, ni espacio, ni tiempo. El sujeto se vuelve una piedra informe en un piélago indescriptible, se vuelve un astro errante en un sistema donde el sol es una estrella menor, se vuelve un cuerpo erosionado por una brutalidad y por un frio que solo la muerte con sus dagas puede provocar. Como en el teatro, los rostros emulan la vida y la muerte. ¿Por qué no partir de esto? 

Comentarios